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 Terrés Terrés
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Monday 26 de September de 2011, 23:00:23
Perdiguero y Valle de Estós. Belleza en un laberinto de alturas
Tipo de Entrada: RELATO | 5765 visitas

Julio del 2.002 ...para cruzar el siguiente paso después de la Collada de Molseret, teníamos que estar atentos ya que era un pasillito en una pared. Como la noche había caído ya, decidimos no seguir mas y hacer vivaque en alguna de aquellas plataformas casi abalconadas de roca viva que te encontrabas entre los dos pasos...

     No recuerdo exactamente el hecho de por que me empezó a llamar la atención el Perdiguero y sobre todo el Valle de Estós. Quizás por un viejo libro de guías turísticas pirenaicas que mis padres me trajeron de un viaje al Pirineo de Huesca, y en el cual venían unas fotografías del lugar al que llamaban Batisielles. El Batisielles es una zona de lagunas de aguas tranquilas, transparentes y apacibles, rodeadas de agujas escarpadas, altas y bellas, rodeadas a su vez de bosques y verdes prados. En mi viejo mapa de España intenté ver que zona del Valle de Benasque se encontraba Batisielles, y fue cuando descubrí el río y valle de Estós rodeado y franqueado por macizos de montañas con cotas superiores a los tres mil metros, muy numerosos y cercanos. Entre ellos el Posets, desconocido entonces para mí, al sur y el Perdiguero, mucho más desconocido, al norte; dominando cada uno sus macizos que cierran, franquean y esconden al verde y bello Valle de Estós. Más adelante, creo que Javi Berenguer, se informó mejor de cómo abordar el Perdiguero en invierno con esquís, del Refugio de Estós, que era uno de los más grandes y mejores servicios del Pirineo, y de donde se dejaba el coche para recorrer el valle. Además dio la casualidad de que en la portada del libro “Los Tresmiles del Pirineo” que me compré, venía la foto de una subida invernal al Perdiguero, cosa que me sorprendió, creyendo que sería una montaña más escarpada y difícil de lo que realmente era. Bueno, todas estas cosas y alguna más hicieron que mi próximo viaje a los Pirineos fuera para recorrer el Valle de Estós y subir al Perdiguero.

     Unos días antes de salir a los Alpes para intentar subir el Mont Blanc y a principios de julio del dos mil dos, mi compañero Jesús Santana y yo salimos unos días a este lugar para entrenarnos para el gran viaje. Para ello, mi compañero se traería las botas de plástico Asolo que los tres compañeros nos habíamos comprado iguales y que tan buen, al menos a mi, resultado nos iba a dar y nos estaba dando. Magnífica compra.

     Después de madrugar y viajar durante la noche de la madrugada y la mañana, llegamos cerca o al mediodía a la entrada del Valle de Estós en el Valle de Benasque. A la izquierda del valle, después de haber pasado Benasque y bastante antes del Hospital, teníamos el cruce y el aparcamiento en el que un viejo del lugar guardaba y cobraba por tener el coche allí. Nos pareció que aquella terraza, donde se encontraba el aparcamiento, era un terreno suyo y por ello aprovechaba y cobraba por coche. Aquella parte del Valle de Benasque también era hermosa y boscosa, en la que sus poblados bosques llenaban las laderas, sobre todo, pertenecientes al macizo de los Montes Malditos.

 

Terrés y Jesús saliendo hacía el Valle de Estós



     Después de colocarnos las pesadas mochilas y hacernos la foto de salida y de rigor, emprendemos un recorrido que nos llevaría de dos a dos horas y media hasta el Refugio de Estós. La entrada al valle era angosta y estrecha, el río formaba un pequeño cañón sórdido y ruidoso, sobre el que se había construido un camino ancho adherido a la roca de la pared para poder recorrerlo. Más adelante el valle se iba abriendo, la humedad de los bosques, el verdor de sus prados y la culminación de sus picos, riscos agrestes y altivos iba siendo la magnífica panorámica del lugar. Ciertamente era un valle hermoso, bien cuidado e interesante.

     Llegamos a un cruce de sendas por la umbría de los magníficos ejemplares de coníferas de aquellas laderas. Una senda subía al Batisielles, las Agujas de Perramó y sus lagos, la otra seguía Valle de Estós arriba, hacía el oeste noroeste siguiendo el GR-11. De momento unos quebradizos murallones se perfilaban ante nosotros en la profundidad del valle. Salpicados con algunos neveros bajo las abruptas paredes de aquellas altas montañas, laderas grises de rocas quebradizas o lisas paredes junto con unos contrafuertes poderosos, escarpados y llamativos que perdían sus crestas y espolones en lo profundo del valle, terminando, en su cúspide, en agujas puntiagudas, hermosas e infranqueables, rodeadas de sus paredes lisas, agrietadas y grises de puro granito. Teníamos delante de nosotros al Perdiguero a la derecha, con sus cimas achatadas como suaves lomas pero rodeadas de murallas mas abajo; el Seil Dera Baquo, más agreste e infranqueable que el Perdiguero aunque más bajo y con un nombre que te recordaba al latín; y entre ambos, como ese contrafuerte erguido, llamativo y espectacular la Tuca de Gargallosa; que da nombre a una cresta del Perdiguero que baja hacía el sur. Las vistas del valle me sorprendieron a partir de entonces, sabía que podía ser hermoso y atrayente, pero la realidad superaba con creces a la fantasía. El valle empezó a maravillarme, a gustarme y a atraerme desde entonces y hasta la fecha en la que escribo estos renglones.

     La senda se convierte a menudo en camino, hasta que llega a la Cabaña del Tormo en un plácido, entrañable y acogedor rincón del hermoso valle. Más atrás habíamos dejado al Perdiguero, al Pico del Portillón de Oô y el Seil Dera Baquo, que formaban un murallón al norte fronterizo entre Francia y España. Bajo éstos, cascadas, prados bosquecillos, paredes se esparcían por la ladera como si se tratara de una representación del mismo Edén. Después de la Cabaña o Casa del Tormo (donde los Celtas Cortos pasaban sus días de excursión), que, todo hay que decirlo, no estaba muy limpia ni era muy acogedora la parte abierta, pero servía muy bien como refugio ante cualquier inclemencia meteorológica, el recorrido se hacía por una senda bien marcada hasta que, como no, te encontrabas con el Refugio de Estós en una pequeña balconada del ahora más estrecho valle. Franqueado al norte noroeste por los espolones y cimientos del Pico Gías y Clarabide, al oeste por el seguimiento del valle hasta el Puerto de Gistaín o CHistau, y al sur por el macizo del Posets y su escarpada Aguja de La Paul, esbelta, puntiaguda y altiva como palo mayor en un velero, y más arriba las estribaciones con algunos neveros del Pico de Bardamina. El Refugio de Estós era amplio, grande, acogedor y tranquilo. No había mucha gente en él para las plazas que tenía.

 

mapa recorrido Valle de Estós



     Creo que habían tres guardas: dos mujeres y un hombre, no sé si escondido por la cocina o recorriendo con los mulos cargados con las provisiones por el camino, hubiera algún otro. Una de las mujeres, más joven que nosotros, casi una niña para mi, era un encanto: rubita, de pelo liso no demasiado claro y piel blanquecina con ojos claros, aunque fornida, nada voluptuosa pero algo más bajita... eso sí, muy risueña y alegre. Ésta, cuando terminaba su trabajo, salía a la terraza aprovechando el poco sol y su lastimero calentor para hacer malabarismos con tres pelotas de goma. Decía que con estos ejercicios acentuaba la concentración en general y estudiaba mejor para los exámenes. ¡Que encanto de chiquilla!

     Acostado ya por la noche en nuestra habitación y en nuestra litera corrida, el sueño parecía aproximarse sin remedia y placentero. Pero mi compañero Jesús se le taponaron las fosas nasales y por culpa de su delicada garganta no podía respirar por la boca, de forma que con una estruendosa respiración de mocos suben, mocos bajan, no nos dejó dormir a ninguno en la habitación, al menos a mi. Cuando vi que de ninguna postura yo podía dormir, y que Jesús de ninguna postura podía respirar bien ni dejar de hacer aquel desagradable y molestísimo ruido; pensando, aparte, que estaría molestando al resto de gente que dormía en la misma habitación; decidí en mitad de la noche, decirle que dejara de respirar por la nariz y que lo hiciera por la boca, que por una noche no iba a pasar nada y que si no, no iba a dejar dormir a nadie. No me llegó a hacer caso, ya que para él sería peor respirar solo por la boca. De forma que solamente pude dormir la mitad o menos de la noche.

     Al día siguiente medio madrugamos, arreglamos y preparamos para salir en busca del Perdiguero. Desayunamos en el refugio y salimos, casi de los últimos, con las botas Asolo negro amarillas de Jesús y mis mallas interiores azules. El día era perfecto, radiante, increíble, lo íbamos a aprovechar al máximo, de eso no cabía duda.

     Para dirigirnos al Perdiguero y subirlo por su ruta normal debíamos desandar el camino recorrido ayer y en la Casa del Tormo girar por fin hacía sus faldas y laderas. Casi circundando la base de la inexpugnable Tuca de Gargallosa por bosquecillos y siguiendo una bien reconocible senda, salimos a unas praderas más horizontales y altas. Yo iba primero, Jesús, detrás, notaba la incomodidad de las botas pero... mejor aquí que no subiendo al Mont Blanc. Detrás nuestro se levantaba, al sur, la parte más oriental del macizo del Posets: el Valle de Perramó con sus agujas, el Tucón de CHuise y las Tucas d’Ixeia; que dichos con estos nombres no nos recuerda nada, pero al ver sus encrespadas agujas, formas altivas con agrestes crestas y espolones, paredes verticales y murallones cortados a pico separados e individualizados por portillones y collados casi imposible de llegar, guardado por algún que otro gendarme o aguja que sobresalía abrupta de la pelada, lisa e inclinada ladera... era la zona de Batisielles que yo había visto en aquella vieja guía turística que mis padres me trajeron. Con tal claridad y hermosura se veían que me daba la impresión de que se trataba de un lugar de cuento, enigmático, mágico y bellísimo como solo estos rincones del Pirineo saben impresionarnos. Abajo de ellos el, también como no, maravilloso y vivo bosque mixto, húmedo, verde oscuro, amplio de una belleza vívida contrastado con el verde claro de los pocos prados y claros del bosque, y con las grises rocas graníticas de estas agujas, torres y gendarmes de estas montañas. Daba la impresión de ser un laberinto de alturas, de rocas, de torres, de agujas y paredes. Muy, muy bello. Me sorprendió y emocionó aquel paisaje.

 

Refugio de Estós



     Debíamos llegar al Collado Ubago; un paso al sureste del Perdiguero que nos llevará de su lado sur a la parte este por el que, subiendo una muy inclinada ladera de guijarros y piedrecillas suelta desprendidas de las montaña, llegaríamos al Hito Este del Perdiguero. Un descanso en el Collado Ubago, al fondo y por encima de la escarpada cima de la Tuca de Gargallosa, que hasta ahora no nos dejaba ver, se vislumbra la alta cumbre del Posets. Rodeada por otro laberinto de crestas, neveros y picos cercanos o sobrepasados los tres mil metros. El descubrimiento fue increíble, la vista de este macizo era hermosa y definida. Al otro lado del Pequeño Perdiguero, unido a su hermano mayor por el mismo Collado Ubago, el macizo más alto de los Pirineos se alzaba desde el fondo del mismo Valle de Benasque allá abajo. El Aneto, Pico Maldito y Maladeta casi en línea desde nuestra ubicación, parecían más estrechos y pequeños de lo que realmente son, pero más abruptos, puntiagudos y bellos con la inmensa pared, aún apreciable desde la lejanía, del Pico Maldito sobre el valle de Cregüeña y unas coronas de picos escarpados y puntiagudos que rodeaban en forma de circos ambos lados del macizo. Otro espectáculo soberbio y bellísimo. Realmente el día era inmejorable, no había ni una nube, ni hacía frío en las cumbres y la visibilidad era máxima por cualquier parte que dirigieras la mirada.


     Después de la costosa subida al Hito Este del Perdiguero solo había que seguir la cresta cimera, nada difícil y bastante fácil, hasta una larga rampa final terminada en el Perdiguero de 3.222 metros de altitud. Hacía el noreste habíamos dejado la Remuña y el enorme Ibón Bajo de Lliterola de orillas aún congeladas. La parte norte del complejo pico del Perdiguero era más escarpada y vertical que su lado sur, terminando en pequeños glaciares pirenaicos y neveros de nieve vieja. Al poco rato llega Jesús y compartimos los dos la altiva y solitaria cumbre del Perdiguero. Sus botas lo retrasan, pero mejor así, por que si no sería yo el que viniera en cola. Echamos un vistazo al paisaje: Increíble, maravilloso, un día magnífico con una visibilidad espectacular, lo sigo repitiendo por que realmente era así; pocos días he visto yo en el Pirineo como aquel, y pocos veré. Posets, Maladeta, macizos conocidos y hermosos. Pero mirando hacía el oeste y resto del macizo del Perdiguero el paisaje no era menos que espectacular e increíble como mínimo: bajo nosotros un enorme y redondo boquete rodeado de pendientes y neveros, era el Lago del Portillón de Oô, bellísimo y espectacular, rodeado de otro laberinto de picos, crestas y collados; sobre el mismo enorme y perfecto lago y siguiendo el mismo cordal del Perdiguero hacía el oeste, le seguía el Pico del Portillón de Oô, el Seil Dera Baquo con su glaciar en su vertiente norte bajo sus paredes, rodeando a esta masa de hielo como si la quisiera guardar de cualquier amenaza, el Pico Jean Arlaud y el llamativo Gourgs Blancs; le seguía el oscuro y rectilíneo macizo del Bachimala, donde se distinguía la perfecta pirámide del Gran Bachimala. Pero más aún fue nuestra sorpresa cuando, a la izquierda del Bachimala veíamos perfectamente Las Tres Sorores por sus caras norte noreste: Soum de Ramond, Monte Perdido, Cilindro e incluso el Marboré y algún Astazou, perfectos, nivosos, e incluso se distinguía el anhelado desde hace tiempo y único Glaciar de Monte Perdido, o mejor dicho, sus dos glaciares; más al norte a la derecha el macizo francés del Pic Long; aunque más sorprendente fue ver en el centro y al fondo el espectacular macizo del Vignemale con su alto y grandioso Glaciar d’Ossou mirando hacía nosotros, una enorme mancha blanca perdida en la lejanía y como suspendida en el aire... ¡Maravilloso! Incluso llegamos a distinguir las formas y perfiles de los primeros tres miles desde el cantábrico, el Balaïtous y Frondella que aparecían en la lejanía casi indistinguibles si no sabes reconocer sus perfiles, pero sobresalientes y diferentes si los descubres entre laderas y montañas pirenaicas. Como habéis comprobado ¿Era buena la visión y lo nítido del día o no? Creo que no volví a tener un día tan increíble con una visibilidad tan excelente, excepcional y envidiable como aquella, repito. Teníamos todos los Pirineos a nuestros pies y al alcance de la mano.

     Pero no podíamos quedarnos a vivir en la cumbre del Perdiguero y debíamos bajar. Yo sugerí hacer una especie de recorrido circular, no bajar por donde habíamos subido si no darle la vuelta al Perdiguero, cruzar el Portillón de Oô para volver al Valle de Estós e ir atravesando unos pasos o portillones a media altura bajo el Seil Dera Baquo que nos dejaría sobre el Refugio de Estós y solo tendríamos que seguir la senda de bajada que lleva al Pico Gías y Clarabide. A Jesús le pareció buena idea, pero debíamos bajar hasta el Collado Superior de Lliterola para seguir bordeando la cara norte noroeste del Perdiguero hacía el Portillón de Oô. Había una especie de ladera que bajaba en dicha dirección y que si la seguíamos nos evitaría el tener que bajar al Collado Superior de Lliterola, creyendo (muy mal por creer y no saber) que dicha bajada era factible y que nos dejaría, aunque fuera monte a través, en la senda o recorrido por el que debíamos seguir.

 

Subida al Perdiguero y vivaque



     Al principio había unos hitos que iban bajando por aquella ladera del Perdiguero, pero al seguir ladera abajo a dichos hitos los perdimos de vista. Esta parte del Perdiguero, su cara noroeste desde la misma cima, estaba repleta de desordenadas rocas graníticas sueltas y casi inexplicablemente en equilibrio. La pendiente era considerable y estos trozos de montaña inestables se movían y caían con un simple toque al apoyarte o al pisarlos. La bajada resultó peligrosa por esa razón. Íbamos muy despacio y con mucho cuidado pero no podías evitar que se desmoronara algún grupo de rocas. De todos los tamaños pero no más grande que un baúl ni más pequeñas que un cojín, en general, las rocas sueltas junto con la pendiente hacían muy peligrosa, lenta y demasiado entretenida la bajada. A mitad de bajada nos planteamos volver atrás y subir de nuevo al pico para buscar otra bajada o volver por al misma subida. Pero ya que estábamos a mitad decidimos seguir bajando por el mismo sitio. Más abajo y terminado el campo de rocas sueltas la, ya inclinada pendiente, terminaba en una pared más vertical y difícil aunque no demasiado larga, en la que bajo ésta, se encontraba el suelo ya horizontal y la senda de vuelta; pero por poca distancia que hubiera el paso era infranqueable, a menos que pudiéramos rapelar, pero no llevábamos cuerda. A la derecha, según la veíamos desde arriba, de esta encrespada pared, habían unos corredores de tierra y piedras más pequeñas menos inclinadas que la pared pero de difícil acceso. Era increíble, habíamos llegado hasta allí a un paso de la senda después de pasar apuros en la pendiente de roca suelta y ahora no podíamos bajar. Irremediablemente decidimos volver atrás por el campo de rocas hacía arriba. El tiempo pasaba y no avanzábamos nada.

     Al poco rato de emprender la retirada nos fijamos en un hito que se encuentra a nuestra izquierda mientras subíamos. Éste se encuentra en una especie de cresta. Yo le dije a Jesús que iba a investigar, explorar aquel lado atravesando el desmenuzado y peligroso campo de rocas hacía este hito y la cresta. Al fin llego después de cruzar peligrosos resaltes y canales de rocas móviles con paso lento y precavido, al hito y la cresta la cual señala. Miro hacía arriba y veo que la cresta arranca desde la misma cumbre, y miro hacía abajo y veo que sigue sin apenas dificultad hasta el escondido Collado Superior de Lliterola. Me doy cuenta y reflexiono, enseguida me viene a la mente la portada del libro “Los Tresmiles del Pirineo” ¡Eureka! es la misma cresta de la foto, solo que en la portada viene nevada y aquí no tiene nieve pero es el mismo perfil y figura. Corriendo se lo digo a Jesús gritando para que cambie de dirección y se acerque a la cresta. Creo que él no estaba muy seguro; me parece que él pensaba que si el campo de rocas era peligroso por desprendimientos, más lo sería la cresta por su precariedad y singularidad que tienen en común todas las crestas. Pero convenzo a Jesús diciéndole que los hitos bajaban por dicha cresta por lo cual tenía que tener salida. Y así era; los hitos que seguimos al principio desde la cumbre y que perdimos eran éstos, y que dejamos de seguir por que se dirigían hacía dicha cresta a nuestra derecha de bajada, sin saber que era el camino correcto. Quisimos atajar más de la cuenta y lo que realmente sucedió es que perdimos un tiempo considerable y precioso en esa tonta bajada. Creo que aprendimos la lección y nunca olvidaremos las consecuencias de dicha insensatez.

     El final de la fácil cresta terminaba en un pequeño paso de destrepe, fácil, pero con atención en sus pasos hasta el Collado Superior de Lliterola. Jesús me seguía por detrás y al llegar al paso se detuvo. Yo le daba ánimos y le explicaba como bajar. Llevaba las botas de plástico y no estaba acostumbrado al comportamiento de las mismas; pero al final bajó bien y sin dificultad.

 

Cumbre, cresta y cara norte del Perdiguero



     Una vez en el Collado Superior de Lliterola solo nos quedaba deslizarnos por una senda bien marcada a nuestra izquierda que se dirigía al Lago de Oô o al Portillón de Oô. Nosotros decidimos seguir lo planeado y realizar la circular pensando que llegaríamos antes al Refugio de Estós. El sol iba bajando lentamente y la marcha, aunque sin pausa, parecía que no iba tan rápida como queríamos ni tan rápida como baja el sol del atardecer. Por fin, rodeando la enorme mole del Perdiguero por su noroeste, llegamos a la orilla de un gigantesco y helado nevero: es el Glaciar del Portillón. Yo disfruto con la marcha, somos dos aventureros solitarios en medio de la nada y de todo. El sol se acerca peligrosamente a la tierra en su afán de ocultarse tras ella, y a la vez colorea y oscurece las hermosas montañas, que parecen tan inaccesibles, tan magníficas y bellas: el Gran Quayrat y el Lezat las más cercanas y llamativas, hermosos espolones blanqueados con algunos neveros que surgen, verticales y empinados, del interior de la tierra. Jesús se pone rápido los crampones y sale sin perder tiempo por la pendiente helada del glaciar. Yo me quedo ensimismado por el paisaje pirenaico al atardecer y tardo más en ponerme y ajustarme mis crampones de correa a mis botas. Cuando voy a salir en su persecución, él ya lleva medio glaciar recorrido y le hago una, creo yo, bonita foto. Es una lástima que tengamos que ir rápido pero el sol estaba muy bajo y nos faltaba mucho por llegar al refugio, aunque atravesé el glaciar mirando varias veces atrás y hacía el infinito para poder fotografiar con mis pupilas y mi mente aquellos paisajes de ensueño.

     Jesús me esperaba ya en el Portillón de Oô. Estábamos de nuevo pisando tierra española, bueno, en la frontera. Abajo se extendía el amplio y bello Valle de Estós, aunque la oscuridad y las sombras hacían que se perdiera el sentido de su mágica visión y belleza. Nos quitamos los crampones rápido, no hay que perder el tiempo. Miramos el mapa y vemos que tenemos que cruzar, si queríamos seguir el camino elegido hacía Estós (aunque creo que no había otro a menos que desandáramos lo recorrido), dos pasos en sendas crestas y paredes que bajaban del Pico del Portillón y del Seil Dera Baquo: la Collada de Molseret, que se encontraba en la crestecilla de la Tuca y Agujas de Molseret; y un paso en una paredilla que te bajaba al Valle de Gías y de ahí a Estós. Estos pasos no serían nada peligrosos ni difíciles si no fuera por que los teníamos que hacer de noche y sin conocerlos.

     La inclinación de la bajada desde el Portillón de Oô pasa inadvertida junto a un pequeño nevero que se abre entre las paredes y verticales aritas del Perdiguero en su Hito Oeste y el Pico del Portillón de Oô. Jesús se adelanta siguiendo una pequeña senda excavada en la fuerte pendiente, entre canchales y rocas descompuestas, dirigiéndose hacía la derecha, hacía la Cresta de Molseret. Ya casi de noche, gracias a la altura la luz del día aguantaba lo suficiente para vernos, llegamos a la Collada de Molseret. Dirigidos por una senda bien definida aunque no extraordinariamente señalizada, la Collada, Cresta y Tuca de Molseret se representaba con una enigmática y fantasmagórica forma ayudada por la oscuridad y las sombras de lo que quedaba de día. Utilizando la imaginación daba la impresión de estar cruzando un paisaje sacado de alguna novela de ficción y fantasía. Te producía un leve temor a la vez que una gran impresión y solemnidad.

     Muy poca luz quedaba ya. Casi no nos veíamos. La noche había caído con todo su manto oscuro de luces y lucecillas. Para cruzar el siguiente paso después de la Collada de Molseret, teníamos que estar atentos ya que era un pasillito en una pared. Como la noche había caído ya, decidimos no seguir mas y hacer vivaque en alguna de aquellas plataformas casi abalconadas de roca viva que te encontrabas entre los dos pasos; también habíamos perdido el rastro a los hitos con lo cual no nos quedaba otra opción si no queríamos tener algún accidente o simplemente desviarnos demasiado del recorrido.

 

Glaciar y Portillón de Oô



     Estaríamos a algo más de dos mil cuatrocientos metros y suponíamos que esa noche haría frío a esa altura y donde estábamos. Yo por suerte me había traído mi funda de vivaque y me metí en ella con todo lo puesto para pasar el menor frío posible. Jesús no tenía funda de vivaque y pensaba que iba a pasar un frío terrible. Yo le sugerí vaciar mi mochila, que era la grande, para que así la pudiera usar como una especie de funda o saco al meter los pies en ella. También le dejé mi chaqueta para que así no tuviera tanto frío en el tronco del cuerpo. El caso le resultó bien; lo único es que yo, con el paso de las horas, empecé a tener frío por que la funda te aísla pero no te da calor, así que sobre las doce de la noche y con todo el morro que pude tener, desperté a mi compañero para que me devolviera la chaqueta y ponérmela. Creo que se quedó muy sorprendido y no tuvo más remedio que ceder medio indignado y resignado. Él se la había colocado encima de la suya y tenía protección doble de forma que le fue muy fácil quitársela y devolvérmela. A partir de entonces entré en calor y empecé a dormirme bajo un techo de miles de estrellas. Al vaciar la mochila la comida la habíamos dejado fuera temiendo que esa noche algún animalillo se acercara, pero por suerte ninguno se aproximó a desvelarnos, y como pudimos dormimos bajo las vertientes del Seil Dera Baquo.

     Ya se hacía de día; y antes de abrir los ojos ya oíamos el chirriante grito de alerta o de llamada de las marmotas. Incluso llegué a pensar que alguna de ellas se acercó hasta nosotros por que las oía muy cerca. Hacía tiempo que había amanecido y reincorporarse después de dormir en un colchón de piedra es esforzado y doloroso, me dolían todos lo huesos y músculos de la espalda.
 
     Después de levantarnos, arreglar la mochila, que por cierto la comida había quedado intacta, y de ubicar nuestros miembros y órganos en su sitio, decidimos seguir e intentar bajar a Estós. Quizás si hubiéramos bajado por donde subimos hubiéramos llegado al Refugio de Estós o si la noche nos hubiera engullido la habríamos pasado en la Cabaña del Tormo, Noba o La Coma que casi pillaba de paso, pero... ¡La aventura es la aventura! y si quieres hacer un recorrido circular a la vez que ver otros rincones del macizo, hay que seguir otras sendas y otros caminos; además, según el mapa, iba a ser más corto por donde íbamos ahora que desandando lo recorrido, pero claro, nos entretuvimos demasiado bajando por aquel laberinto sin salida de rocas enormes del Perdiguero.

     Al llegar a la zona de vivaque no apreciábamos el paisaje delante nuestro, solo el recorte de sombras de la montaña en la noche te hacía tener una idea de lo que había. Ya por el día el majestuoso macizo del Posets se abría sobre nosotros como una enorme carpa de circo gris, encrespada y resaltada por sus terminaciones y mástiles, sus numerosos picos y puntas. El Valle de Estós es un valle muy hermoso que alberga maravillosos paisajes y espectaculares montañas. Por suerte esa noche no llovió y el día amaneció claro y despejado como el mar en calma chicha. Solo algunas nubes matutinas iban apareciendo con la subida de la temperatura con el transcurso de la mañana.

     Seguimos o reanudamos la marcha de vuelta al refugio perdidos por el límite de los árboles a más altura del valle y por pendientes escabrosas, discontinuas y laberínticas. Acercándonos al centro del Valle de Gías, ya entre pinos y menos rocas, una pared nos cerraba el paso al camino el cual nosotros pensábamos debíamos seguir, y era aquel que se encontraba pegado al riachuelo. Por suerte, una serie de hitos que divisamos nos indicaron un paso, no difícil, entre dichas paredes para bajar a las orillas del riachuelo. Aún debíamos de dar gracias por haber hecho noche en aquel lugar, ya que este paso, sin conocerlo, no lo hubiéramos visto en mitad de la oscuridad. Arriba de nosotros y hacía el sur se levantaban los formidables picos de Gías, Gourgs Blancs y el Jean Arlaud como una bonita y a veces encrespada e inexpugnable muralla salpicada de neveros, solo fácilmente asediable por el Puerto de Gías de suaves formas.

     El Gourgs Blancs me llamará la atención precisamente en aquellos momentos y desde entonces lo apuntaría en mi lista de tres miles por subir. No parecía excesivamente difícil, pero su recortada cresta me atraía por su peculiar forma. La montaña en sí, hasta el nombre, me parecería una bonita e interesante conquista y la pondría como un próximo objetivo en un futuro.

 

Descanso en el Collado Ubago junto al Perdigueret



     Ya junto al riachuelo, emprendimos, la que yo pensaba, sería una bajada sencilla y rápida. Pero el desconocimiento de la senda o camino a seguir por aquellas pendientes, laderas y palas pulidas por las cristalinas aguas del río, nos hicieron entretenernos más de la cuenta. De nuevo pensaba que menos mal que habíamos pasado la noche antes de afrontar tal laberíntico lugar.

     Ya más abajo, el Refugio de Estós aparecía ante nosotros como una casita de ensueño en medio de un valle especialmente hermoso, verde y frondoso. Un riachuelo bajaba de las inmediaciones del puntiagudo y encrespado Pico de Bardamina, donde sus neveros y canchales nos daban muestra de que las formas de su faz tenía orígenes fríos y helados. Un bonito y perfecto contraste entre las suaves, verdes y boscosas laderas bajo del valle y las angulosas, puntiagudas y vertiginosas vertientes de las proximidades al Pico de Bardamina. Un valle perfecto. Un paisaje perfecto.

     Por fin estamos en el refugio. Parece que nunca íbamos a llegar y por fin podíamos descansar nuestros mortecinos cuerpos en la comodidad del fuego y un colchón. Arriba en las habitaciones habían quedado nuestros sacos que la noche anterior se habían librado de engullirnos y soportar los codazos y rodillazos nuestros mientras dormimos. Mientras descargábamos las mochilas y acomodábamos las ropas, comentábamos a la mujer (la más mayor) que guardaba el refugio nuestra pequeña aventura: “acaso no es eso la montaña o para que estáis si no”; nos dijo la mujer. No con esas palabras justas pero si con ese significado. Me pareció que nosotros éramos unos quejicas y que ella tenía razón.

     El resto del día lo pasamos en el refugio, descansando, ensimismados por el paisaje del valle desde su balcón, viendo a la guarda joven hacer sus encantadores e hipnotizantes juegos malabares, un grupo de chiquillos, niños más bien, acaudillados por unos monitores que les enseñaban nudos con las cuerdas y otras pericias de la escalada y el montañismo... todo el día en plan relax. Creo que ya habíamos tenido suficiente montaña y además aquel día nos sorprendió con alguna que otra lluvia que nos hubiera empapado en la subida a algún otro pico en es día si hubiéramos pasado la noche en el refugio. Al final la aventura nos vino bien y nos gustó, y todo salió, improvisadamente, a pedir de boca.

     Cuando nos hartábamos de estar fuera, nos metíamos en el amplio comedor del refugio, yo me estudiaba los mapas, cuadros y demás información colgados de las paredes del refugio; y mi compañero Jesús jugaba al ajedrez con un solitario ciudadano de Madrid; que después de dos o tres partidas ganadas por mi compañero, al otro individuo le molestó y ya dejaron de jugar.

     Al otro día emprendimos la marcha de vuelta al coche. El valle, si cabía, estaba más verde y bello después de las lluvias de ayer. Las brumas y nubes que tapaban los altos pináculos del Perdiguero, el Portillón de Oô con su pico y el Seil Dera Baquo, nos decían que la atmósfera aún no se había estabilizado, y formaban bellas estampas de verdes, cascadas, blancos, grises y roca. A más de la mitad del recorrido y en mitad del camino nos encontramos una salamandra de un vistoso color amarillo chillón y un negro reluciente que nos indicaba la peligrosidad de su envenenada piel, y salía a despedirnos en nombre del Valle de Estós. Después de las lluvias, los animales, anfibios o reptiles de agua salen para regocijarse entre las humedades y la tierra mojada.

     La bajada fue rápida y pronto llegamos al coche. Nos despedimos así de este bonito, agreste, verde y todas las cualidades que puede tener un perfecto paisaje de montaña alpina. Nos encantó, sorprendió y encandiló el lugar. Aparte la aventura corrida fue interesante y enriquecedora. Pronto volveríamos a este hermoso lugar de los Pirineos.


Abril del 2.003


     Tanto me gustó la experiencia vivida, el valle y las montañas cercanas a Estós, que al año siguiente sugerí al Centro ir en el viaje de Semana Santa a este bonito lugar. Y así hicimos. En la Semana Santa del dos mil tres fletamos el acostumbrado autobús al Pirineo; esta vez al Valle de Benasque, con el albergue en el mismo pueblo.

 

Llegando a la cima del Perdiguero.



     Un numeroso grupo de montañeros y alpinistas formamos esta vez para la actividad de alta montaña; con el objetivo de subir, de nuevo, el Perdiguero. Jesús Andujar, Manolet, Paloma, Adrián, “el Mansa”, Ramón, Fernando Rovira, Julio, Quique, David, Miguel Ángel, Antonio Cuartero, Gonzalo, Agustín y yo formamos el numeroso grupo de aventureros que, cargados con mochilones, tiendas y “kit de supervivencia” nos adentramos valle arriba.

     Nuestro objetivo era, como ya he explicado antes, subir el Perdiguero; pero esta vez, en vez de desde el Refugio de Estós como hicimos Jesús y yo, lo haríamos desde un pequeño pero muy útil refugio-vivaque llamado Cabaña de La Coma. Sencillamente pillaba casi de camino en la subida hasta el Collado Ubago del Perdiguero. Aunque oculta tras una ladera, con lo que no se podía ver desde el camino y senda a Estós, y a la derecha del mismo río de Estós. Era el lugar casi perfecto en ubicación para montar el campamento base al Perdiguero; y el lugar idóneo e idílico para disfrutar de la “soledad”, naturaleza y belleza de este rincón de los Pirineos.

     A finales del invierno la nieve abundaba en el alto y medio valle de Estós. Las nubes y el mal tiempo abordaban las Tucas de Gargallosa y Molseret, y nos hacía temer por la actividad. A pesar de ello seguimos la romería el camino normal a Estós para llegar a la Cabaña del Tormo. Las nubes iban y venían al son del viento, pero el sol empezó a dominar en el valle acercándonos ya a la Cabaña del Tormo en la que la blanca y abundante nieve daba un aspecto frío pero bellísimo a todos los perfiles del valle. Al fondo el Pico Gías y Clarabide reinaban en el valle con sus elegantes vertientes y abruptas cumbres rodeadas de verticales y grises paredes, sobresalientes entre las blancas laderas que bajaban hasta Estós.

     La idea de ir a la Cabaña del Tormo es por que desde allí se vislumbraba mejor el recorrido hasta la Cabaña de La Coma; y por que es preferible andar un poco más por zona conocida que no perderse por atajos o sendas desconocidas. Desde la Cabaña del Tormo hasta la de La Coma el recorrido era corto y muy asequible según el mapa. Aunque desde la Cabaña del Tormo parece que tenemos que desandar camino ya que saltamos a la otra vertiente del río y parece que sigamos valle abajo en sentido opuesto al que seguíamos. Pero una vez pasados por unas ruinas de antiguas construcciones y subido una pequeña pendiente, vemos allá abajo, oculta entre los pinos y la pradera nevada, resguardada de todo visitante habitual, el pequeño pero semicircular tejado de hojalata de la Cabaña de La Coma. La vista se abría valle arriba y más allá de las vertientes del Gías y Clarabide, las blancas y nubosas pendientes del Puerto de Chistau o Gistaín; hacía el sur sureste el bello bosque, suave y misterioso de pino negro y silvestre y más arriba las formidables formas de las Tucas d’Ixeia.

     Casi no vemos la Cabaña de La Coma. Mirando al mapa debíamos de verla ya desde un punto determinado de la ladera, pero en un principio no dábamos con ella. Al poco rato alguien dijo: “¡Está allí”! señalando un punto ladera abajo, y seguimos hacía allí. Yo aún no la había visto hasta que Adrián me señaló el punto en el que la pinada se convertía en pradera nevada y la ladera terminaba en una bajada al valle principal.

 

Valle de Estós. Cabaña de La Coma



     El tiempo no parecía mejorar y el frío era significante, no demasiado intenso pero insistente. Montamos tres tiendas; pensábamos montar más pero al descubrir que el refugio estaba en buenas condiciones para pasar varias noches, decidimos unos cuantos dormir en la parte de arriba pegada casi al techo del mismo. Arriba veíamos, al otro lado del bosquecillo, la Tuca de Gargallosa y la ruta de subida al pico. Como un centinela guardaba la ruta de subida al Perdiguero.

     El poco sol que nos había acompañado ya se iba retirando entre las enormes montañas, entre las oscuras o blancas nubes o en el infinito horizonte. El tiempo no mejoraba pero tampoco nos nevaba ni llovía, pero el frío invernal pirenaico seguía presente entre nuestra piel y nuestros huesos. Las conversaciones antes y después de la cena se daban por cada rincón del lugar, en cada rinconcillo del refugio. Intentamos, sin éxito, encender una hoguera decente en la pequeña chimenea del mismo. Éramos un grupo unido y comprometido: montañeros, amigos, compañeros de una pasión en común. Los que no se conocían, se presentaban; los que ya nos conocíamos uníamos nuestros lazos con más fuerza. Todo era una convivencia de amistad, felicidad y concordia. Jesús Andujar conoció a Quique en la montaña, ya que iban a ser compañeros ese mismo verano de expedición en el Caucaso; junto a Jesús Santana y a mí. En una apartada roca, más arriba del Refugio de La Coma, era el lugar donde podías hablar y comunicarte con el teléfono móvil. Curiosamente parecía ser que en esa única roca, como por arte de magia o de alguna especial atracción de las ondas, mensajes y conversaciones podían ser recibidos a nuestros teléfonos móviles.
     Por aquel tiempo yo empezaba o intentaba empezar a salir con Maite Suarez. Antes de coger el autobús había pasado por su casa para despedirme de ella, y a la vuelta ella me esperó y recibió en el lugar donde paraba el autobús. Fueron unos detalles muy bonitos; y desde aquella roca manteníamos una comunicación ilusionada en el amor cercano que se aproximaba a nosotros. Entre mandar y recibir mensajes nos acordábamos el uno del otro, nos hacíamos ilusiones y nos sentíamos queridos. En medio de aquel frío paraíso me sentía una persona afortunada. Me sentía muy feliz.

     La noche la pasamos fatal algunos. No me acordaba de los ronquidos estruendosos de alguno de mis compañeros y claro, no hay manera de dormir con un jabalí pegado a ti. ¡Solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena! A ver si ya por fin me llevo un par de buenos tapones para los oídos la próxima vez. Hace frío pero en los sacos de plumas a penas se aprecia, y todos en hilera dormimos cerca del techo de la Cabaña de La Coma.

     Al otro día nos despertamos justo al amanecer. Ya es de día y el cielo aparece despejado pero no muy nítido. ¡Da lo mismo! No hay nubes y el día será perfecto. Los rayos del nuevo sol acarician e iluminan con su color anaranjado la cima, por fin visible, de nuestro objetivo el Perdiguero. Algo más detrás el Seil Dera Baquo y entre ambos el majestuoso pilar de la Tuca de Gargallosa, el sol ya iluminaba sus pináculos más altos.

     Despertar, levantarnos, desayunar... muchas cosas para que este grupo de Almoradí salga temprano para subir una montaña por una vez.

 

Cumbre del Perdiguero. Al fondo los Montes Malditos.



     Por fin estamos todos. El sol ilumina ya todo el valle y el día es especialmente luminoso y despejado... aunque sigue haciendo frío. Empezamos la subida. Atravesamos el bosquecillo y nos adentramos en una ladera toda nevada. Por suerte y a pesar de la tardanza en la subida, la nieve está en buenas condiciones; en ocasiones tenemos que ponernos los crampones. El sol empieza ya a iluminarnos y las gafas de sol se hacen imprescindibles. Al otro lado del valle las Tucas d’Ixeia, el valle con sus Agujas de Perramó y el pico Escorvets nos sorprenden con su belleza blanca, pura y escarpada bajo un cielo azul arañado por alguna banda de blanquecinas nubes altas. Tanto en verano como en invierno las vistas de subida al Perdiguero son especiales, espectaculares, hermosas y placenteras, dando una sensación de paz, sosiego y a la vez de enormidad y grandeza.

     Vamos en busca de Collado Ubago y las laderas de nieve dura se empinan. En medio de aquel manto blanco y duro Quique decide hacerme una foto a contraluz por el contraste de sombras y blancura. Yo no lo veo demasiado claro pero le dejo que lo haga. Ahora debemos seguir bajo las paredes del escarpado y erosionado Perdigueret, ya que al final del mismo se encuentra el Collado Ubago, el cual une y separa el Valle de Estós del Valle de Lliterola. Estos últimos pasos se hacen más lentos. Mi cansancio y el de alguno de mis compañeros, se acentúa. El pasado mes de marzo tuve que estar en reposo haciendo musculación del cuadriceps para poder curarme la rodilla, y ahora me faltaban las fuerzas para subir.

     Ya veo a la gente esperando y descansando en el collado. No falta mucho. Por suerte el día sigue iluminado por un brillante sol y no parece que se vaya a estropear.

     En unas rocas del Collado Ubago vuelvo a contemplar el espectacular paisaje con el Macizo de los Montes Malditos por el abierto Valle de Cregüeña y el imponente, cercano, abruto e inexpugnable Perdigueret, ahora todo nevado y blanco. Mis compañeros recobran fuerzas, comen, descansan y se complacen con la vista.

     La ruta se ve clara: dar la vuelta al espolón que baja del Perdiguero, muy fácil, y seguir una ladera que se va empinando a medida que avanzas, intercalada entre nieve y piedras sueltas hasta el Hito Este del Perdiguero. Prácticamente es el mismo recorrido que hicimos Jesús y yo el verano pasado.

     Por mi mala forma física debido al mes de reposo anterior, me cuesta un montón subir. Agustín, al que también le cuesta avanzar, se queda conmigo entreteniéndonos haciéndonos fotos en la empinada subida final al Hito Este del Perdiguero. Poco a poco y a medida que vamos ganando altura, el Pirineo se va abriendo a nuestros ojos y el cielo se va oscureciendo con blanquecinas y grises nubes altas. Aún queda abundante nieve en los macizos y altos valles de los Pirineos y el paisaje es espectacular. La nieve dibuja líneas entre la negrura y oscuridad de pinos y rocas en las montañas; perfila los barrancos, praderas, llanos y a los agrestes picos como si un maravilloso y enorme pincel hubiera querido pintar una obra maestra.

 

Subida al Perdiguero desde La Coma



     Mis compañeros hace tiempo que nos han dejado. Se han adelantado y ya han cruzado y pasado el Hito Este del Perdiguero. Cuando Agustín y yo llegamos a dicha ante cumbre, el resto de mis compañeros ya están llegando a la cima del Perdiguero. Ya solo nos queda subir cumbreando por el filo de la cima hasta los 3.222 metros del Perdiguero. Nos encontramos ya a más de 3.100 metros por lo que ya no queda tanta distancia y esfuerzo.

     Este último trayecto que separa la antecima del Hito Este del Perdiguero con la misma cumbre, recorre, espectacular, las cornisas formadas por la acumulación de nieve en el filo de la fácil cresta. La imagen grandiosa que, junto con estas formaciones de nieve, da el Perdiguero nos hace recordar que estamos en una de las montañas más altas de los Pirineos, y la más alta del enorme macizo Perdiguero-Luchón.

     A las nubes altas le acompañan ahora nubes medias, preludio de otro cambio de tiempo para empeorar. De vez en cuando, entre estas nubes, los rayos de sol penetran para dar su, también original y bella, pincelada de claros y sombras en el ya artístico paisaje invernal. El frío no cesa; nos recuerda que seguimos en invierno, o a finales de éste. Casi mejor así, ya que el estado de la nieve es casi perfecto.

     Por fin después de sortear la cresta cimera con sus cornisas de nieve y sus formaciones heladas, llegamos a la rampa final, a la cumbre del Perdiguero. A la derecha la excepcional pared salpicada de pequeños neveros le da un toque de majestuosidad al pico. Justo abajo de la pared aún debe de sobrevivir su pequeño glaciar pirenaico; enterrado ahora por la nieve que lo alimenta y cuida.

     Ya estamos en la cumbre. Me ha costado mucho. ¡Como se nota el estar un mes sin hacer nada de ejercicio! Me llega a preocupar un poco; este verano vamos al Elbrus en el Caucaso y no sé si me dará tiempo a ponerme en forma. Por suerte mi fuerza de voluntad sería más fuerte que la preocupación. Estamos con todos los compañeros; incluso otro grupillo más reducido de gente que también ha llegado casi a la vez. Uno de ellos sería el que nos hiciera nuestra magnífica foto de cumbre, en la que todos los “alta montañeros” del grupo conseguimos conquistar la cumbre del Perdiguero, a excepción de Paloma y Manolet que por motivos de bufetas en los pies y otros “amorosos” se quedaron guardando el campamento base con actividades alternativas y de paseo por la montaña.

 

En la terraza del Refugio de Estós



     Estamos casi en el centro del Pirineo y el paisaje es soberbio. Puede que sea muy repetitivo al expresar y manifestar con estas letras lo experimentado y visto, pero no me cansaré de recordar y ver aquellas fotos hechas a la infinidad blanqui-negra de aquellos Pirineos invernales y fríos: Montes Malditos, alto Valle de Benasque, Pirineo francés, montañas del Valle de Arán, resto del macizo del Perdiguero, el cercano y espectacular macizo del Posets al sur, macizo del Bachimala, macizo de La Munia, macizo del Pic Long y Neouville, y al fondo, casi inapreciable si no sabes reconocer sus característicos perfiles, el macizo de Las Tres Sorores, Monte Perdido y compañía. Todo iluminado por la blancura y luz de la nieve, por las manchas de rayos de sol de aquí y de allá que aprovechaban esos espacios entre las nubes para introducirse en este mundo frío pero a la vez bellísimo. Raras veces he visto y veré el Pirineo como en aquella ocasión. Un verdadero lujo para un pirineista inhabitual.
     Tomamos algo. Echamos innumerables fotos y regresamos desandando el camino de subida. Con la vista puesta en el majestuoso macizo de los Montes Malditos y el enorme y ahora blanco valle de Cregüeña. El Maladeta, Pico Maldito, Aneto y Russell se interponían unos a otros como queriéndose asomar y salir en la foto; cada uno con sus más elegantes galas: paredes, cimas picudas, barrancos, cresterías... y bordados por ese manto blanco y esa oscura chaqueta de roca granítica. El sol, que se daba cuenta del momento, aprovechó para enfocar con sus relucientes rayos de luz a aquellos “artistas” y “modelos” de aquel hermoso desfile de roca y alturas.

     Abajo, en la planicie, después de pasar por el Collado Ubago y antes de internarnos en el bosquecillo cercano a la Cabaña de La Coma, un último vistazo al Perdiguero; aunque desde este punto se vislumbra mejor y más cercano el Hito Este, flanqueados por sus abruptos, enérgicos y espectaculares centinelas: La Tuca de Gargallosa con su cresta a la cumbre del Perdiguero a la izquierda, y el cercano Perdigueret con el Collado Ubago separándolo de su padre el Perdiguero. Hacía el sur las impresionantes Tucas d’Ixeia que separan el Valle de Estós y Perramó del de Benasque. Impresionantes, altivas y muy escarpadas, nuestros ojos no podían apartar la vista de ellas. Bajo un negro nubarrón pero iluminadas por algunos rayos de sol daba la impresión de que se debatían en una batalla por el dominio de aquellos lugares, la luz y la oscuridad.

    De nuevo en nuestro particular campo base. Las nubes se retiran a medida que el día va llegando a su fin. El crepúsculo ilumina las paredes de las Tucas d’Ixeia que desde las proximidades de la Cabaña de La Coma tienen otras formas y perfiles pero que no dejan de ser espectaculares y soberbios. El frío no se va; y ahora que empieza a despejarse, la noche promete ser fría, casi como la anterior o peor. Algunos, Ramón y Fernando Rovira, deciden bajarse a Benasque. Puede que no aguanten más frío ya o que sencillamente ya están conformes con la actividad que han realizado en el día. Me preguntan el camino más corto para volver a la senda del Valle de Estós, y yo les explico, según al mapa, que sigan la senda hacía el este ladera abajo; al contrarío de cómo llegamos a la Cabaña de La Coma desde la del Tormo; y al rato cruzan el río Estós (por un supuesto puente) y ya siguen valle abajo por el camino hacía la carretera Benasque-Hospital y el final del Valle de Estós. Al cabo de los días, cuando los volví a ver en Benasque, me recriminaban que tuvieron que cruzar el río sin puente y que se mojaron todo. Yo solo les expliqué lo que venía en el mapa ¡je, je!

     No sé si habíamos cenado o íbamos a cenar, yo me acerqué a aquella roca grande y solitaria que hacía de recepcionista de las ondas de telefonía móvil. ¡Aún no me explico como solo se podía llamar y mandar mensajes en esos dos metros de espacio que ocupaba la roca! de casi todos los alrededores. Encendía el móvil apagado por la rápida descarga de las baterías por el frío, y esperaba a que me llegaran los mensajes. Alguna llamada perdida y mensajes de Maite que me alegraban y llenaban mi corazón de amor. Alguna llamada y escuchar su voz con aquel acento tan peculiar francés y casi sensual. ¡Que bonito! que haya alguien especial que se acuerde de ti en aquellos lugares tan fríos. ¡Que bonito! poder expresar mis sentimientos, alegrías y experiencias en menos de 30 palabras. Pero más bonito es saber que ella los está recibiendo con la misma ilusión que yo.

     Por la tarde una inesperada conversación y “cuentacuentos” a cargo de Julio. Andanzas y desandanzas, amoríos y desamoríos  de un “granaino” en la Vega Baja. Estábamos todos expectantes a sus historias. Pocas veces me habré podido reír tanto y en compañía de tanta gente como en la Cabaña de La Coma del Valle de Estós. Aunque el recuerdo de sus historias y palabras es fugaz, el momento, las risas, carcajadas y alegrías perviven siempre en mi memoria y en mi corazón. ¡Que gracia tiene este “granaino”! A partir de entonces y por más ocasiones y experiencias vividas con él, Julio se convertiría en una persona especial para el grupo. Que risa nada más el recordarlo... a veces la vida se compone de pequeños momentos como ese... y si no fuera por ellos, la vida no tendría el mismo sentido. A veces hay que recordarlos en los momentos en los que te encuentras hundido, para darte cuenta de que la vida es un sueño (como dijo Calderón de La Barca) en el que no merece pasarlo ni estar mal.

 

Bajada a Benasque



     Ya anochece. Los plumas, los gorros, chaquetas y guantes se hacen ahora imprescindibles, a pesar de los mágicos momentos de risas y alegrías, el frío es un imperativo fuerte en ese momento. Miguel Ángel se ha torcido el tobillo o lo tiene dañado y con una bolsa llena de nieve, se la coloca en el pie desnudo en la zona hinchada para rebajar la molestia. Ahora son las conversaciones de estos próximos viajes, de lugares que visitar, montañas que subir, países que encontrar, es la nota dominante. La sombra del Elbrus se cierne sobre nuestras mentes ¿¡Todo saldrá bien!? Habrá que intentarlo ya que vamos.

     La noche en los sacos, un calco de la anterior, para que contar y recordar más al señor jabalí. Al otro día la gente está cansada o a gusto en sus sacos y no quieren salir de ellos. Nos levantamos tarde. Estamos de vacaciones ¿no? El día aparece súper despejado, aunque no por toda la mañana, y el Perdigueret, Perdiguero, Tuca de Gargallosa y Seil Dera Baquo nos ofrecen sus mejores perfiles, bellos, elegantes y altivos iluminados por el radiante sol de la mañana, y nos enardecen con sus presencias. A lo largo de la mañana y del día el tiempo empeorará dando gracias a que no lo hizo el día anterior de la subida al Perdiguero.

     No sabíamos muy bien que hacer, pero al final decidimos desmontarlo todo, dejar de pasar más frío en aquel lugar pero no bajar de la montaña; dirigirnos al espacioso y acogedor Refugio de Estós en una marcha tranquila pero pesada por el cansancio de ayer, el mochilón y mis botas plásticas.

     Emprendimos el camino de regreso desandando nuestros pasos hacía la Cabaña del Tormo. El día estaba empeorando por momentos; las nubes ya cubrían la Tuca de Gargallosa, Seil Dera Baquo y poco a poco Molseret. El valle era encantador con estos colores sombríos y a la vez tan vivos. Ya en la Cabaña del Tormo cogimos el sendero GR-11 hacía arriba y hacía el este, hacía el Refugio de Estós. A medida que subíamos valle arriba la nieve era más abundante y el cielo se oscurecía más. La nieve o la lluvia no tardaría en aparecer en aquel día.

     Subido en un alto risco como si de una fortaleza que otea a sus huéspedes que se aproximan por el sendero señalado se tratara, apareció el fenomenal Refugio de Estós. Grande y austero pero acogedor y cómodo, situado estratégicamente en un punto del valle mezclándose con los colores de las rocas y los árboles. La marcha no duró demasiado, no llegó a dos horas hasta el refugio. Dejamos la incomodidad, el frío y el insomnio de la Cabaña de La Coma, para disfrutar de las comodidades de un refugio de alta montaña. Al poco tiempo de llegar a él, la nieve empezó a caer de una manera tímida pero hipnotizante y mágica, como siempre lo suele hacer para un hombre de tierras cálidas como yo. A partir de aquí las risas, juegos, celebraciones, fotos, muestras de amistad, bromas... era lo que predominaba. Todo un mundo de compañerismo, felicidad, alegría con tus amigos, con el lugar que te rodea y con la Tierra al fin y al cabo. No piensas en los desastres, desgracias, problemas, iras, odios... nada de eso. Por unos días olvidas o minimizas en tu cerebro aquellas preocupaciones y dolencias que tengas, y exaltas la alegría del compañerismo en el entorno en que te encuentras, el esfuerzo por la meta conseguida, la belleza, la paz... aquí es cuando te das cuenta, como en muchas otras situaciones parecidas, que formas parte de la Tierra y del Universo, y que todo en concordancia y equilibrio te hace sentirte libre, fuerte, poderoso, humano y vivo... muy vivo.

     A la hora de la cena y con algunas botellas de vino para amenizar al cerebro y soltar la lengua, nuestro maestro de ceremonias, Julio, siguió con su gracioso repertorio de chistes, bromas e historias al estilo andaluz “granaino” haciéndonos desencajar la mandíbula y que nos doliera los mofletes de tanto reírnos. Después salimos a la terraza del refugio en plena noche para disfrutar aún más del teatro de la Tierra: oscuridad de la noche, frío, nieve que cae minúscula y simpática, palabras con los amigos, risas, amistad y amor... a veces es difícil describir unos sentimientos tan vivos y profundos como aquellos, ahora que estoy sentado seis años después en la mesa de mi comedor con el corazón destrozado, el ánimo por los suelos y un futuro tan incierto como nunca lo he llegado a ver... pero sé cuando me sentí verdaderamente feliz, se que lo viví y lo gocé, por que por muy mal que pueda estar, siempre quedó algo que me caló muy hondo en una parte de mi corazón, y se que nunca se borrará. Es una de las cosas que me ayudan a luchar día a día, por que anhelo volver a sentirlas y volver a estar en paz, concordancia y equilibrio con mi corazón, mi alma y con el alma de la Tierra.

     La noche en Estós no fue igual que en la Cabaña de La Coma, con literas, colchones, calor... más comodidad, aunque nos siguió y se quedó con nosotros el mismo jabalí que hablaba en mitad de la noche y no me dejaba dormir. Dos o tres años después nunca se me olvidarían los tapones para los oídos.

     Al otro día ya había que bajar a Benasque, pero sin prisas ni atropellos. David y “el mansa” decidieron salir más temprano y subir valle arriba por la senda GR-11 que sigue por detrás del refugio hacía el famoso Puerto de Chistau o Gistaín. No tardaron mucho en ir y volver, contándonos la abundante y blanda nieve que había en la zona. El mal tempo seguía dominando el valle, más tapado que nunca, y ahora si, ahora no, caía esa fina nieve, agua nieve o lluvia según lo alto que te encontraras en el valle. La marcha hasta Benasque prometía ser algo larguilla y emprendimos la bajada sin demora una vez que ya habían llegado David y “el mansa”. Puestos con las cubre mochilas y ropa impermeable para no calarnos hasta los huesos, bajamos cruzando puentes, sendas, rocas, nieve... maravillados por el espectacular paisaje pirenaico en uno de los rincones más bellos de la cordillera.

     Ya abajo en Benasque, nos reunimos con el esto de los participantes al viaje de ese año. Comentarios, preguntas y el reconocimiento del albergue escogido en el centro de Benasque. Por la noche salimos de cena, fiesta y baile, y fue una de las veces que mejor me lo pasé de fiesta; con mis compañeros de montañas, de cumbres, de Pasión y vida.

 

AQUI TENÉIS EL ENLACE A LAS FOTOS DE LA ACTIVIDAD EN LA WEB DEL CENTRO EXCURSIONISTA ALMORADÍ



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