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Wednesday 27 de April de 2011, 20:46:41
Valle de Pineta. Un circo imposible.
Tipo de Entrada: RELATO | 3289 visitas

Diciembre del 2.000 ...el tiempo parece que quiere abrirse y mejorar, las nubes se disipan entorno al Pic Blanc y al Pic de Felqueral, y un cielo azul aparece anunciando una pausa del mal tiempo. El paisaje es soberbio, muy bello, y casi me hace recordar las andanzas de aquellos montañeros que se atreven a atravesar el hielo patagónico...

     El Valle de Pineta al igual que el Valle de Gistaín son lugares que me atraían sin conocerlos. Solamente por su forma y dibujo en el mapa cartográfico hacía que me imaginara una geografía interesante y atrayente. En el caso del Valle de Pineta veía un profundo, ancho y largo corredor rodeado, sobre todo en su sur, oeste y noroeste, por unas líneas de desnivel muy juntas que hacían imaginar unas increíbles pendientes verticales e infranqueables, de fuerte inclinación en toda su altura y que se extendían a lo largo de todo el valle. Y era sobre todo su parte noroeste con las caras norte del famoso Monte Perdido, Cilindro de Marboré y Soum de Ramond o Pico de Añisclo, con sus escarpes, glaciares y alturas lo que lo hacían más interesante. Y en su final, el gran Circo de Pineta con su forma de semicírculo, gobernado en sus dos flancos por grandes picos (uno de ellos el Monte Perdido) y que te lleva a uno de los (según dice) miradores más bellos del Pirineo (al menos sí, uno de los más altos) el Balcón de Pineta. Aunque no es tan espectacular como su hermano mayor el Circo de Gavarnié por sus dimensiones, formas, desniveles... sí que se le podría calificar con una formación geológica semblante, ya que están formados en el mismo macizo calcáreo (de la misma roca caliza) y por gigantescos y laboriosos glaciares.

     Aunque nada tiene que envidiar el Circo de Pineta al de Gavarnié, ya que éste último no tiene el gigantesco murallón de Monte Perdido-Sierra de Las Tucas que definen a este Valle de Pineta por su belleza y magnificencia.

     Es por esto que convencí a mis compañeros de montaña para que en diciembre del año dos mil nos acercáramos al Valle de Pineta para subir al Monte Perdido por esta vertiente. Gonzalo Ruiz, Miguel Ángel Sala, Gabriel López, Pepe Díaz, Jesús Andujar y yo alquilamos una furgoneta para acercarnos a este valle. Desde Bielsa sale una carretera que surca todo este impresionante valle y termina en el Parador Nacional de Monte Perdido. Enclavado en un lugar verdaderamente privilegiado bajo el Circo de Pineta y las vertientes de Monte Perdido en los límites este del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Antes de llegar se encuentra el Refugio de Ronatiza o de Pineta, cerca de las orillas del río Cinca que nace en este valle y en este circo. Es de construcción moderna y muy bien emplazado con una buena distribución. Es realmente acogedor (dentro de lo que cabe), un verdadero hotel montañero.

     Al otro día nos levantamos y pudimos admirar el Valle de Pineta, ya que llegamos el día anterior de noche. Este otoño la nieve había caído muy pronto y a mitad de estación, la bonanza del tiempo hizo que se derritiera gran parte de ella, sobre todo en el fondo del valle. La nieve la podías encontrar en cantidades considerables a partir de mil novecientos a dos mil metros. Ante nosotros el magnífico e impresionante murallón de la Sierra de Las Tucas-Monte Perdido. Tan alto e infranqueable como grandioso y bello. Era realmente una espectacular muralla de formas contiguas y lineales con abundantes bosquecillos en sus faldas menos verticales y accesibles para los árboles.

 

En la Cabaña de Lalarri

     El tiempo no era bueno. Estaba nublado y a partir de dos mil-dos mil cien metros el frío viento soplaba a menos de cero grados. De todas formas observamos como estaba el panorama y nos aconsejaron no subir al Balcón de Pineta por el Circo de Pineta; nos sugirieron otro recorrido menos comprometido (nada peligroso, diría yo) hacía la parte contraría del macizo de Monte Perdido, hacía el macizo de La Munia que quedaba al noreste y este del valle. Vimos el mapa y decidimos aproximarnos a una cabaña que está en las faldas de dicho macizo: la cabaña de La Larri. Que se encuentra al empezar los Llanos de La Larri.

     Como en la parte de arriba la nieve era abundante y conociendo como se carga el Pirineo de nieve en invierno, decidimos alquilar unas raquetas en algún punto de la carretera del Valle de Bielsa.

     Una vez preparados y equipados con lo necesario decidimos emprender la marcha. Es por la tarde, ya que esa mañana la hemos dedicado a recopilar información, material y a curiosear con la indecisión de no saber que hacer en un principio y asumiendo que, de entrada, debíamos olvidarnos de Monte Perdido y de su altiva figura y cara norte. Realmente ni el tiempo ni las condiciones eran propicias para semejante empresa. Por detrás del Parador Nacional de Turismo de Monte Perdido (una casona de aspecto serio y recio, con sus soportales y gruesos muros) y de la Ermita de Nuestra Señora de Pineta cogemos la senda que te deja, por un bosquecillo de frondosas y grandes hayas, pino silvestre y pino negro, húmedo y exuberante, en los Llanos de La Larri. Poco antes de llegar a la Cabaña de La Larri, una pista cruza la ladera por aquellos contornos. Esta senda forma parte del GR-11 transpirenaico que va del cantábrico al mediterráneo visitando los valles, montañas y lugares más emblemáticos del Pirineo español.

     No mucho tiempo después, la orografía se suaviza y detrás de una pequeña loma vemos dicha cabaña. Detrás de ella una extensión llana cerrada por una muralla en forma semicircular salpicadas de cascadas y riachuelos. Tiene forma y es un circo glaciar, aunque en los mapas no venga su nombre, o bien por que no tiene o por que no le han dado importancia. La nieve empieza a unos metros algo más arriba de nosotros y la vista desde allí, tanto como al macizo de La Munia como al del Monte Perdido al otro lado del valle, son amplias y bellas. Aunque el mal tiempo seguía sin dejarnos ver las cumbres libres de nieblas y nubes de ambos macizos. Ahora la vista hacía la enorme muralla de la Sierra de Las Tucas se apreciaba con mayor esplendor y mejor visión. Hacía el sur, dicha sierra, se perdía casi en la lejanía con unas vertientes colmadas de balcones, repisas y formas variadas en sus empinadas y largas laderas, a veces agrestes y otras más suaves y onduladas, pero todo espectacular y seguido formando un grandioso y largo murallón de bosque, piedra y nieve.

 

Terrés preparado para marchar


     Estamos en la cabaña de La Larri. Una casita con dos estancias separadas por una pared con puertas diferentes al exterior y no comunicadas; con un establo exterior para guardar al rebaño. Una parte estaba muy poco habitable y sucia, la otra, con una puerta de hierro de dos alas, estaba más limpia. Otros compañeros montañeros de Barcelona y Cornellá, “la ciudad de donde eran Estopa” (no paraba de decirnos uno de ellos, añadiendo que eran casi vecinos suyos, o algo así) compartían la cabaña con nosotros. Entre ellos un chico especialmente fuerte al que sus otros compañeros no paraban de repetir que se estaba entrenando para subir el Aconcagua ese invierno, como una gran proeza y esfuerzo. Algo que ahora considero como una gran montaña más entre todas, sin necesidad de sentir ni orgullo, ni prepotencia, ni pedantería por ir allí y conseguir su cumbre. Pero que para ellos era una heroicidad casi imposible de hacer, y supongo que para mi no suponía un trato ni mejor ni peor que cualquier otro montañero.

     Al otro día nos levantamos tarde (como siempre) y escudriñando el mapa decidimos “levantar el campamento” y subir hasta la Cabaña de La Estiva. En Ronatiza nos habían indicado que allí también se podía pasar la noche, aunque la cabaña estaba peor que la de La Larri. El tiempo seguía encapotado pero parecía que las nubes se habían levantado algo más, ya que la Sierra de Las Tucas-Monte Perdido se veían más claros, al igual que las inmediaciones de La Munia en su macizo... menos en las cumbres.

     Preparados y equipados con las mochilas, raquetas y las tiendas-iglú, emprendemos la marcha siguiendo el sendero del GR-11. Enseguida nos internamos en un bosquecillo con unas suaves pendientes y algo más arriba la nieve hacía acto de presencia. Ya en la cima de esta ladera, la vegetación desaparece y la abundante nieve es la nota predominante. Extensas laderas de blanca y fría nieve se abrían bajo el Sobrestiva. Nos pusimos las raquetas aunque la nieve estaba algo dura, de forma que en ocasiones no llegabas a hundirte clavándose a penas las pequeñas puntas de las raquetas bajo mis suelas. Realmente la nieve no estaba en buenas condiciones: debajo de la costra dura y quebradiza había nieve muy blanda e inestable. El frío viento helaba la nieve superficial mientras que a la de abajo no le había dado tiempo a compactarse. El resultado son los peligrosos aludes de placa que ocasiona el corte y peso de dicha nieve dura al deslizarse sobre la blanda como un tobogán en laderas algo inclinadas. Por ello nos habían aconsejado no ir por laderas inclinadas y seguir por lo alto de las lomas o crestas.

     De repente me doy cuenta de que el paisaje ha cambiado tal que parece que estemos en otro mundo. Abajo, el verdor, el bosque, el agua, la tierra; y aquí arriba el frío, las nubes, la nieve, la soledad, los altos picos... Al cabo de un tiempo a mí ya me pesa la mochila y veo al fondo, en la inmensidad de las blancas e infinitas laderas de nieve, una solitaria y pequeña casita con tejado puntiagudo en medio de esta solitaria parte del mundo. No hay nadie aquí arriba. Abríamos huella y no nos toparíamos con nadie hasta volver de nuevo a la Cabaña de La Larri.

 

Cabaña de La Estiva

     Por fin llego a esta linda pero casi desmantelada cabañita. No está en muy buen estado, hay agujeros en el techo, mucha mierda de los rebaños en el interior en el suelo... así que solo nos queda montar nuestras dos tiendas en el pesebre cubierto de nieve, pero abrigado de vientos, bajo un porche en un lateral de la cabañita. El tiempo parece que quiere abrirse y mejorar, las nubes se disipan entorno al Pic Blanc y al Pic de Felqueral, y un cielo azul aparece anunciando una pausa del mal tiempo. El paisaje es soberbio, muy bello, y casi me hace recordar las andanzas de aquellos montañeros que se atreven a atravesar el hielo patagónico.

     A la hora de la cena nos reunimos en el interior de la cabaña. Una destartalada escalera de madera nos subía a un sostre de tablas de maderas que ocupa la mayor parte del espacio de la cabaña. Imaginamos que el pastor utilizaba esa parte del refugio para dormir y habitar, y que abajo guardaba el rebaño resguardado de la lluvia y de las inclemencias del tiempo; quizás, antiguamente, también de sus depredadores, lobos, o incluso osos. La cena es increíble: Pepe Díaz preparó una ensalada de pasta con salchichón, queso, tomate y aceite, deliciosa que me llenó y gustó tanto que desde entonces intenté repetir en mis siguientes salidas a la montaña.

     Después de la infusión o café, salimos fuera ya atardeciendo. Vemos como, entre la poca luz que ya queda, casi están despejados los gigantes a los que, primeramente, veníamos a recorrer y visitar: Monte Perdido, Cilindro de Marboré y Soum de Ramond. Éstos aparecen sobre nosotros majestuosos y enigmáticos al no desvelarnos sus perfiles enteramente y ocultarlos a intervalos por el hacer y deshacer de las pequeñas nubes que los cubren. Maravilloso. Sus vertiginosas vertientes nevadas esconden, entre rocas y paredes, aquel glaciar fraccionado, grandioso y mitológico tan ansiado por mis ojos. Pensábamos que era un síntoma de mejoría y probablemente durante la noche despejaría, y al otro día tendríamos buen tiempo para la jornada de subida.

     Ya de noche, nos metimos todos en una de las tiendas y empezamos a jugar al “michigan” con un par de dados. La emoción, gritos y alegría contrastaban con la fría, oscura y silenciosa noche pirenaica.

     Amanece. La claridad atraviesa el doble techo de la tienda. Quiero levantarme corriendo para poder fotografiar el amanecer, que como siempre, no me defraudará en la alta montaña. Entre nubes blanco rojizas y oscuras, y un cielo con distintos tonos de azul, del azul más claro al más oscuro, el Pico de Pineta, Pic de Felqueral y Pic Blanc iluminados totalmente por los brillantes y luminosos rayos del amanecer, aparecían rodeados de oscuridad y nieve azulada ensalzando más aún la espectacular, agreste y bella montaña pirenaica. Todo un paraíso, todo un espectáculo que solo puede verse durante unos minutos, en un determinado lugar y en unas determinadas condiciones. Realmente creí ser una persona privilegiada por poder disfrutar de algo tan increíble y hermoso, y que parezca, en ese preciso momento, que sea el único al que se lo ofrecen. El único en un gran teatro al que se le sube el telón para mostrarle la mayor obra arquitectónica de la naturaleza... belleza, grandiosidad... de nuevo, maravilloso.

 

Amanece en el Pic Blanc, Felqueral y de Pineta.


     Las nubes han vuelto a aparecer. El tiempo no ha mejorado del todo pero el sol intentaba abrirse paso entre cúmulo y cúmulo. Decidimos salir y subir hacía el Sobrestiva, CHinipro y quizás el Robiñera siguiendo el cordal y la cresta cimera.

     Las primeras pendientes son muy empinadas pero la nieve, en su mayoría, está dura y nos ponemos los crampones desde la misma cabaña. Los rayos del sol iluminan onduladas pendientes de abundante nieve allá abajo junto a la cabaña de La Estiva. Detrás el Valle de Pineta aparece surcado por neblinas y nubes bajas como un cortado enorme y rectilíneo sin nieve y oscuro rodeado de vertientes blancas, claras y nevadas.

     Más arriba el tiempo en vez de aclararse se encapota más, se cierran más las nubes, y el esfuerzo y cansancio hacen que se disgregue el grupo entre los más fuertes y los más tocados por el cansancio como yo.

     Casi llegando al pico o a la altura del Sobrestima, nos topábamos con los primeros compañeros que bajaban de éste. El tiempo está muy mal, las nubes no dejan ver el seguimiento del recorrido hacía el CHinipro y la cresta, a partir del Sobrestiva aparece distorsionada, agreste y espectacular. Pepe me comenta que opta por no seguir, el desconocimiento de dicha cresta y las malas condiciones le hacen desistir de seguir adelante. Todos los demás pensamos y decidimos lo mismo; solo llegaremos al hito principal de la cumbre del Sobrestiva y bajaremos a la Cabaña de La Estiva desandando el camino.

     Solo un pequeño paso de crampón queda para llegar a esta cima. No es un paso complicado pero si emocionante y vertical. Le da su toque de adrenalina a esta peculiar subida. Una vez arriba, la típica foto, con el fondo hacía el escondido y nublado macizo de Monte Perdido. ¡Lástima! Las vistas desde allí en un día despejado deben de ser impresionantes. Miguel Ángel y yo llegamos los últimos pero no esperamos más y emprendemos la bajada enseguida. El frío y el mal tiempo hacen que desconfiemos de la estabilidad del momento, no sea que nos cubran las nubes, empiece a nevar y no veamos la huella de vuelta.

     Una vez en la cabaña decidimos recoger y volver para dormir en el refugio de abajo, en La Larri. La mayoría de las veces mis compañeros cuando no pueden realizar una actividad por las condiciones atmosféricas o externas ajenas al grupo, no entienden que hacen en un lugar en el que no pueden hacer nada, sin embargo es importante saber disfrutar del paisaje, del momento, con el hecho de, solamente, sentarte en la nieve y observar el paso del tiempo con un fondo de pantalla bellísimo e inhóspito a la vez, y pensar en la vida, en lo insulsa, monótona y poco emocionante que sería sin esos pequeños ratos en la montaña, en el paraíso. Quizás sea que yo soy un romántico perdido apasionado por la montaña, y la nostalgia y melancolía montañera superan a las ganas de bajar a la civilización, a las prisas, preocupaciones, rutina... Quizás esté algo loco; pero creo que es la locura más sana y natural que conozco.

     Otra vez el mochilón a cuestas y camino de la Cabaña de La Larri. La bajada se hace más amena y corta, y en relativo poco tiempo. Ya en la Cabaña de La Larri, los catalanes seguían allí. El que iba a subir el Aconcagua venía de los lejanos Lagos de La Munia, preparándose y entrenándose; y el de Cornellá seguía hablando de los Estopa.

 

mapa rutas año 2000



     Una pareja se había unido a nuestro grupo para pasar la noche con nosotros. Eran un padre y su joven hijo de Zaragoza. Bajaban con el catalán de los Lagos de La Munia. Parecían cansados pero llevaban buen material; estaban preparados para la alta montaña. Mientras nosotros preparábamos la cena y cenábamos, éstos se habían cambiado de peto, pantalón, chaqueta y ropa de abrigo; se habían metido el saco hasta la cintura y se sentaron en el suelo con la espalda apoyada en la pared sin mediar palabra ni entre ellos ni con nosotros. Al cabo de un tiempo nosotros nos disponíamos a jugar al “michigan” de después de la cena y antes de dormirnos el padre le decía al hijo si ya preparaban la cena; entonces sacaron unos utensilios de cocina y hornillo muy prácticos y técnicos, de alta montaña me parecían a mi... y caros. Nunca volví a ver un ritual o costumbre como aquella. No tiene nada de especial o extraño, pero les recuerdo a los dos en medio de la penumbra del atardecer, cerca de la puerta del refugio, sentados observándonos y dormitando. Fue una anécdota curiosa que me llamó la atención. No se mostraban muy sociables, quizás por culpa del cansancio, y parecían que vivían en un mundo aparte del nuestro, como si fueran extraños habitantes de otro planeta que venían de visita... Digo esto por que ni si quiera los extranjeros que he visto, del país que fuera, tenían costumbres o acciones tan curiosas como para que se me hubieran quedado tan grabadas en el recuerdo.

     Al otro día bajamos directos al coche aparcado en el Parador Nacional de Monte Perdido. El mal tiempo y las suaves temperaturas, ahora en el fondo del valle, habían impedido, ni siquiera, poder ver con toda su majestuosidad y belleza al gigante en el centro de Las Tres Sopores, la cara norte de Monte Perdido. Pero el valle me encantó y decidí volver algún otro año e intentar de nuevo la subida al Balcón de Pineta y a Monte Perdido por esta vertiente. Realmente es un valle que despierta en mí una fascinación especial.

Aqui tenéis un ENLACE a las fotografías del viaje, en la web del CENTRO EXCURSIONISTAALMORADÍ



Febrero del 2.003

     Aprovechando las vacaciones invernales de carnavales que alguien inventó hace tiempo y que llamaron Semana Blanca, siempre para los profesores, claro; nos dirigimos mi, desde hace pocos años, nuevo compañero de montañas Jesús Santana y yo al mítico Valle de Pineta. Creo que, al igual que el anterior año que vine, el objetivo era subir al Monte Perdido por su bella cara norte... nada más lejos de lo que hicimos.

     De nuevo convencí a mi compañero para dirigirnos a esta bella y difícil parte del Pirineo con un pensamiento e idea nada más lejos de la realidad. Jesús no había visitado el Valle de Pineta y confiado en mi gusto por los lugares bellos y recónditos, aceptó el objetivo. También atraído, supongo, por la cara norte de Monte Perdido, una montaña tan atrayente como altiva.

     Era febrero del dos mil tres y los Pirineos estaban a rebosar de nieve en pleno invierno. Quizás no aprendí en las salidas anteriores el desgaste físico y anímico que me produce la abundante nieve blanda; pero en ésta si que lo descubrí afortunada o desafortunadamente.

 

Terrés por los LLanos de Lalarri



     Así pues, cogimos el Daewoo Lanos dirección Ainsa, Bielsa. No sé si antes de llegar a Ronatiza o después alquilamos las raquetas; el hecho es que previendo la abundante nieve nos hicimos con estas “chanclas” especiales. Ya en Ronatiza no hay casi nadie en el solitario refugio, salvo un guarda loco y maño que se ponía a escalar la pared exterior del refugio (en el que tenía instalado un rocódromo) y pasaba junto a la ventana del baño del piso de arriba mientras estabas defecando.

     La nieve es abundante mucho antes de llegar a Ronatiza y en las orillas de la carretera la blanca nieve se amontonaba, al igual que en las puertas del mismo refugio en los que los montones llegaban casi al techo. Conversando con el intrépido y hábil guarda (era como un Alberto “uñarrategui” en miniatura), nos aconsejó no ir al Balcón de Pineta, había mucha, mucha nieve, muy blanda y además riesgo cinco de aludes (el máximo); cuando en el Valle de Pineta y sobre todo en esa zona, un riesgo tres ya es peligroso. Así que no se me ocurrió otra cosa que tirar hacía el macizo de La Munia, de nuevo a la Cabaña de La Larri.

     El día estaba nublado, las nubes lo anidaban todo, pero ni llovía ni nevaba. Ciertamente comprendí lo que es riesgo de aludes grado cinco en Pineta: un concierto de aludes y fuertes bramidos con desmoronamientos de la montaña nos sorprendía a cada momento por todas partes del valle y en sus montañas.

     Subiendo a la Cabaña de La Larri y saliéndome por un momento de la nevada senda del GR-11, me colé en un agujero hecho por mi mismo en medio de la nieve y luego no podía salir. La nieve estaba hueca por abajo; una cosa muy rara y una nieve muy mala para andar. No sé lo que tardé en salir pero sé que terminé agobiado y excavando la nieve como un topo en su madriguera.

 

Jesús cerca de La Estiva


     Por fin llagamos a la Cabaña de La Larri. Llevábamos las tiendas y queríamos probarnos acampando en medio e la nieve, así que seguimos adelante, más allá de dicha cabaña en dirección al corazón de los Llanos de La Larri, para acercarnos lo máximo a La Munia y su subida. Andando la nieve seguía siendo muy abundante y una fina y gris nube cortaba el circo sin nombre que rodea a los Llanos. Más adelante algo me desanimó a acampar allí: el camino que debíamos seguir pasaba por unas pendientes muy empinadas peligrosamente cortadas por corredores de aludes, por ello vi peligroso andar por esa zona y por tanto, si no íbamos a andar o dirigirnos a La Munia por ese paso, era una tontería acampar allí en medio. Por ello lo más cómodo y sensato, pensé, era pasar la noche en la Cabaña de La Larri. Aquí un gran montón de nieve cubría parte de la entrada, así pues decidimos quitar algo de esa nieve para poder entrar, con una vieja pala que encontramos, casi rota, en el interior. Así, casi arrastrando las mochilas, pudimos ocupar el pequeño refugio.

     Antes también habíamos intentado subir a La Estiva y su pequeña cabaña para tirarle desde allí, como hice la primera vez, a las cumbres más altas del macizo de La Munia. Pero al atravesar dos aludes de nieve ya caída, te hace pensar en lo peligroso que se pone el subir por esas cuestas, al menos sientes un respeto o miedo especial al pensar que en cualquier momento te puede caer un alud encima y enterrarte; y con el mochilón hacer más difícil el rescate o el salir de la nieve (después aprendimos a que hay que ir con la mochila desabrochada al pasar por zonas de aludes, para poder quitártela rápidamente y no te estorbe ni te mande, por el peso, al fondo del alud, en caso de que caiga alguno). El único campo base que yo veía era el de la Cabaña de La Larri... igual exageraba un poco el miedo o quizás, verdaderamente estaba justificado, lo importante es que no lo comprobé. A lo largo de todo el camino, numerosas huellas de avalanchas y aludes asolaban por doquier, alguna especialmente amplia en los Llanos de La Larri, y a la vez no parabas de oír el fuerte y pavoroso bramido de la montaña cuando expulsaba toneladas de nieve en cualquier parte del valle.

     Al atardecer en la Cabaña de La Larri el día parecía que se despejaba poco a poco, las nubes empezaban a levantarse y ya se perfilaban los contornos del Cilindro de Marboré y Monte Perdido, helados, cubiertos por nieve, hielo y ese peculiar toque blanquecino-grisáceo que le da la escarcha pegada a las oscuras rocas y paredes de sus faldas y cimas. Pero era una mejoría incompleta y transitoria. Estábamos solos en la pequeña casita refugio. Nadie tenía Semana Blanca y no había catalanes ni zaragozanos que nos acompañaran. La quietud, el sosiego y la tranquilidad reinaba en el ambiente, así como la soledad, el silencio, el blanco y el negro, y el frío en las bellas montañas de fuera.

 

Terrés contemplando el Circo de Pineta


     Al otro día decidimos subir sin peso, al menos, el Sobrestiva (como lo hiciera la primera vez). Recorriendo las mismas huellas que el día anterior habíamos hecho para bajar a la Cabaña de La Larri, cruzando aquellos aludes de nieve removida y desordenada. Las raquetas nos proporcionaban una gran ayuda pero seguíamos hundiéndonos y haciendo una profunda huella en la blanda nieve, aunque si no hubiera sido por ellas, no hubiéramos podido hacer nada... moverte por esta nieve sin raquetas hubiera sido imposible o increíblemente agotador.

     Las nubes siguen altas, y en ocasiones el sol intenta asomarse entre ellas e ilumina la blanca y extensa pradería nevada ya en la parte de La Estiva, más arriba de La Larri. Paramos en una especie de hito, sentados, observando el espléndido paisaje nevado de la Sierra de Las Tucas y Valle de Pineta retocados por una manada de grises y blancas nubes independientes de formas aborregadas pero muy unidas entre sí. La soledad y el grandísimo vacío (y a la vez completo) de la montaña, de la alta montaña, nos inunda. Miramos atrás, hacía el macizo de La Munia y justo sobre nosotros las pendientes del Sobrestiva. El tiempo, medio bueno, no tan malo, medio despejado... nos invita a subir. Jesús sugiere subirla por este lado, empinado pero directo. Yo no lo veo claro: una pendiente muy pronunciada, roca, corredores por en medio del camino y riesgo cinco de aludes. Estoy desanimado, se me han quitado las ganas de subir las montañas en ese estado y prefiero hacer otras cosas; ya que no podías ni recorrer ni ir a ningún sitio.

     Después de, de nuevo, convencer a Jesús, nos bajamos y nos dirigimos a los Llanos de La Larri, a una cascada helada para hacer algo de cascadismo, escalada en hielo; ya que llevábamos los piolets técnicos, cuerda y algún que otro tornillo. Intentar, más que realizar, algo que nunca habíamos hecho; y en los Llanos de La Larri habíamos visto una cascada helada que no parecía peligrosa. Las nubes habían dejado libres el Pico de Añisclo y a Las Tres Marías en la Sierra de Las Tucas e inmortalizando el momento y el nevado paisaje con algunas fotos, emprendemos la bajada hacía La Larri después de despedirnos de un rebaño de Sarrios (rebecos) que corrían a sus anchas por los nevados praderíos de La Estiva.

     De nuevo volvimos a cruzar las desordenadas y desbaratadas huellas de aludes y desprendimientos. Incluso en las paredes de en frente pudimos ver la caída y los efectos de un alud que incluso nos dio tiempo a fotografiar. La caída de la nieve por aquella torrentera parecía que no se acababa nunca, así comprendimos lo devastador y peligroso que puede ser la caída de un alud gigantesco.

     Ya en la cascada y sacando el material veíamos con estupor que el lecho bajo la misma, era el derrumbe de otro alud y que a medida que sacábamos el material, andábamos, hacíamos ruido... iban cayendo, desde la altura de la cascada, regueros de nieve, pequeños aludes. Yo volví a no verlo claro y le dije a Jesús de volvernos, que podía caernos un alud en poco tiempo y dejarnos enterrados bajo la nieve sin poder salir. Así que lo recogimos todo y nos volvimos a la Cabaña de La Larri resignados, desanimados pero no hundidos. Sencillamente la montaña es así; no le puedes hacer frente, no puedes combatirla. Tienes que saber que realmente los límites no los pones tú, si no ella.

 

Bajando a la Cabaña de Lalarri


     Mientras volvíamos a la cabaña, teníamos casi en frente la visión casi invisible de las gigantes Tres Sorores. Limpias de nubes bajas y con un gran sombrero de grisáceas nubes altas, nos mostraban sus vertientes más desafiantes, altivas y bellas, colmadas de nieve y peligrosos corredores, por los que caían innumerables aludes, Monte Perdido y Soum de Ramond. Será algo que siempre tendría en mente: subir al Monte Perdido por su prohibida cara norte, por su vía clásica, tan bella como emocionante. Pero ahora tenía claro que antes lo haría en los últimos días de primavera o primeros del verano, ya que es la fecha ideal; y del invierno ya veríamos.

     Estando en la cabaña pasaron unos montañeros catalanes súper equipados para hacer cascadismo y que, casualmente, pensaban hacerlo en la misma cascada helada que nosotros. Después de un buen rato volvían resignados y contándonos que les era imposible fijar una reunión y poner las cuerdas en forma de “yo-yo” para subir con más seguridad, por que no paraba de caerles pequeños desprendimientos de nieve, aludes, a lo que veían imposible y peligroso además de molesto.

     Después de tantas vueltas, tantos desánimos e intentonas de no hacer nada, decidimos bajarnos a Ronatiza y concluir aquí nuestra actividad montañera. Decidimos visitar el bonito pueblo de Ainsa y comer allí. Así que cargados de mochilón y cogiendo la misma senda llegamos en poco tiempo al Parador Nacional de Monte Perdido donde dejamos el coche. El día seguía cubierto, nublado, malo; en toda la actividad no nos había hecho bueno. Ya en el parador y mientras metíamos las cosas en el maletero del Daewoo, un hombre que salía del hotel con su familia nos miraba asombrado e interesado y nos preguntaba por la montaña, mirando al espectacular Circo de Pineta como aquel que ve algo maravilloso e imposible de hacer, de conseguir; y no por que no tuviera la fuerza suficiente o el ímpetu de aceptar el reto, si no por lo que arrastraba tras él, su familia, su hijo, su esposa y una vida llena de comodidades, de rutina y ataduras materiales.

     Ya en Ronatiza pasaríamos la última noche. Jesús seguro que no olvidará aquella foto en el comedor que quise hacerla en el modo automática pero que no me salio automática y... ¡claro! Me di cuenta cuando apreté el botón. Estalló el flash y el sonido de correr el carrete. De nuevo casi solos en el refugio solo había un grupo de, casi ancianos y ancianas, franceses con un guía también algo mayor y bilingüe que no paraba de fumar bajo el cartel de prohibido fumar... entonces, seguro era español. Éstos preparaban las herramientas y dispositivos para ser encontrado en caso de ser sepultado por un alud. Con una especie de señal, de alarma. Me llamó la atención otro personaje que parecía sacado de una película de trogloditas y dinosaurios, oriundo de aquellos lugares, no paraba de lamentarse y de recordar los retrocesos de los seracs y hielos de los glaciares de Monte Perdido. Sin asumirlo, sabíamos que estaban condenados a desaparecer irremediablemente.

      Al otro día debíamos partir. Esa noche pude comprobar que el cielo se estaba despejando y las temperaturas caían en picado, al ver alguna estrella sobre el cielo de Pineta. Cual fue nuestra sorpresa que al otro día las grises y blanquecinas nubes habían dejado paso a un día radiante, de un cielo azul e increíblemente despejado... ni una pequeña nube. Pero debíamos marcharnos. Subimos al Daewoo y volvimos al Parador Nacional para fotografiar el enorme, bello y asombroso Circo de Pineta, desde el Pic Blanc hasta las espaldas del Perdido y Soum de Ramond. Pocos días habré visto como ese, las magníficas representaciones de esos monumentos pétreos, de esos gigantes guardianes de valles, y destructores de pasos y comunicaciones, pero Señores de las Pasiones y Faros de Ilusiones. Siempre me ha gustado el Valle de Pineta y el desafío de la norte del Perdido, junto con todo lo que le rodea. Seguramente volveré.

 

mapa rutas año 2003




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