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 Terrés Terrés
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Wednesday 30 de March de 2011, 13:45:54
Valle de Ordesa. El paraiso encontrado.
Tipo de Entrada: RELATO | 3037 visitas

Septiembre de 1.994 ...se había caído la puerta metálica de la entrada que estaba suelta. Jesús había encendido la linterna frontal y se había encontrado a Cano metido en el saco con las piernas en alto y algo encogidas sosteniendo la puerta que se le venía encima. Debió de ser casi cómica la imagen...

Había oído hablar mucho del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, sobre todo del Valle de Ordesa: sus bosques, sus paredes cortadas, sus cascadas, sus escondidos lugares tan bellos y de formas tan perfectas que la combinación de tonas sus características hacían del lugar un verdadero paraíso, el más bello de los Pirineos, el más visitado y el más pisado. Cuando lo vi por primera vez no me defraudó, es más, lo vi mas impresionante y bello de cómo lo imaginaba.

     En el año mil novecientos noventa y cuatro en mi primer viaje montañero a los Pirineos, después de bajar del Aneto y curiosear en Benasque decidimos acercarnos al Valle de Ordesa e intentar subir al Monte Perdido, el pico culminante del tercer macizo más alto de los Pirineos. También, como en el Valle de Ordesa, había oído hablar de Monte Perdido, de su refugio inhiesto de Góriz. Era como ir a visitar a una estrella de cine que siempre la veías por la tele y ahora la ibas a ver en realidad, cara a cara, es más, si podíamos la íbamos a conquistar.

     La distancia entre Benasque y Torla en coche por las carreteras pirenaicas era bastante larga y llegamos algo tarde al aparcamiento del Valle de Ordesa. Era septiembre, por tanto te dejaban aparcar en dicho aparcamiento al no existir los aglutinamientos y aglomeraciones de julio y agosto en que solo podías subir al aparcamiento en autobús desde Torla y destinado específicamente para eso.

 

Paco, Jesús y Cano sobre el Valle de Ordesa



     Cuando llegamos allí y salí de la furgoneta vi a mi alrededor un valle de altas y escarpadas paredes formando pequeños y grandes circos bajo los cuales una exuberante vegetación muy bien cuidada de coníferas e incluso frondosas como el bosque de hayas, dominaban todas las laderas menos verticales. Las nubes seguían entorpeciendo la visión de las alturas de estos paredones tremendos tanto al norte como al sur; aunque menos frecuentes éstas no te molestaban para vislumbrar el valle, al contrario y como siempre le daba su toque encantador y enigmático. Era un gigantesco cañón excavado  y formado hace miles de años por un glaciar inmenso que bajaba de Góriz y de Monte Perdido, con gigantescas y largas paredes en las dos laderas que se suavizaban y se llenaban de bosques tupidos y casi inaccesibles, y bellos, muy bellos y bien cuidados, casi intocables desde sus orígenes ancestrales. Estábamos en un verdadero paraíso: los riachuelos bajaban y caían en cascadas desde algunas paredes (Las Fajas) y sus ríos forman riveras y cascadas como las de Cotatuero o Soaso que caen de las altas paredes a los llanos y suaves laderas del fondo del frondoso y verde Valle de Ordesa, culminados en el Río Arazas que recorre todo lo largo del valle de este a oeste. Era impresionante descubrir todas las características, formas y formaciones de este valle en todas las medidas; geográficas, biológicas, geológicas, humanísticas e incluso históricas. Si dios creó alguna vez el paraíso en la tierra, no sería muy diferente el Edén del Valle de Ordesa.

 

Refugio de Góriz


     Arriba de nosotros el impresionante Circo de Carriata rodeado de un manto verde y boscoso ininterrumpido. Se hacía tarde, el trayecto hasta Góriz era algo larguico y estaba oscureciendo, debíamos prepararnos las mochilas y salir corriendo para poder llegar lo antes posible al refugio. Así pues partimos enseguida por el fondo del encantador y hermoso Valle de Ordesa.

     El camino transcurría entre el bosque y a medida que nos internábamos valle arriba la oscuridad nos iba engullendo. El bosque de hayas, aunque casi invisible por la oscuridad del atardecer y de la noche próxima, se nos habría esplendoroso, tupido y cerrado como los hayedos bien conservados que incluso llegan a asustarte, a sentir miedo si te adentras en ellos, esperando que te salga de detrás de un árbol el temido “lobo feroz”.

 

 Comedor del refugio 


     Ya es noche cerrada, el tiempo empeora y hace más frío, mientras ya hemos sacado las linternas frontales y parece que vemos caer pequeñas bolitas sólidas de lo que parecen pequeños copos de agua-nieve. Ya vamos por Gradas de Soaso, el camino ahora convertido en senda, sube por unas escaleras y unos pasillos encrespados junto al sonido de las pequeñas cascadas del Río Arazas. Poco a poco a mi se me iba haciendo larga la marcha sin llegar a ningún lado y sin ver nada. Cano es el único que se conoce el camino y reconoce que va a ser mejor pasar la noche en una cabaña de pastores que queda arriba del valle antes de llegar al Circo de Soaso. Así que nos ponemos otra vez en marcha y al cabo de una media hora llegamos a dicha cabaña. En el bosque de hayas nos encontramos con pequeñas cabañitas de madera pero, estaban a poco tiempo del comienzo y a mucha distancia de Góriz. La cabaña eran dos estancias con dos puertas incomunicadas entre sí y que estaban ocupadas ya por tres personas en cada habitación, en cada estancia. Decidimos repartirnos y meternos dos en cada habitación. Yo dormí con Paco Sánchez, el cual me despertaba y se enfadaba conmigo cada vez que me quedaba dormido, por que me dio por roncar al constiparme en la subida. En mitad de la noche algo ocurre en el cuarto de al lado; un fuerte golpe metálico y una conversaciones de incertidumbre nos despiertan. Preguntamos que ha ocurrido y nos dicen que están bien, que se había caído la puerta metálica de la entrada que estaba suelta. Jesús había encendido la linterna frontal y se había encontrado a Cano metido en el saco con las piernas en alto y algo encogidas sosteniendo la puerta que se le venía encima. Debió de ser casi cómica la imagen.

 

Habitación del refugio



     Amanece al otro día y salimos de la cabaña para descubrir y contemplar lo que la oscuridad de la noche nos había negado: un verde prado rodeado de paredes lisas y abruptas a cada lado, perfectamente alineadas como si alguien con una cuchara hubiera hecho un surco en una blanda mantequilla. El bosque allá abajo, abandonado cerca de la cabaña y un leve polvillo blanco de nieve adorna las fajas y partes más altas del valle. Un paisaje encantador y espectacular.

     Emprendemos la marcha por una verde planicie rodeada de paredes y bajo éstas, laderas que se van suavizando a medida que se encuentran con la planicie; surcada ésta por un manso río Arazas. Al fondo las paredes se unen en forma de semicírculo cerrando el valle. Estamos en un perfecto valle con forma de artesa característica de la erosión glaciar. No cuesta nada imaginar a un poderoso glaciar que llegaba hasta las más altas paredes hiriendo y modelando las blandas rocas calizas a lo largo de este Valle de Ordesa con su origen (o uno de sus orígenes) en las paredes en forma de semicírculo que cierran el valle: el Circo de Soaso.

 

Mal tiempo en Góriz



     Arriba del circo y blanqueados con una fina capa de nieve recién caída la noche anterior, el Monte Perdido y el Soum de Ramond con suaves pendientes entre algodonosas y veloces nubes. Delante del Soum de Ramond un pequeño (pequeño al lado de estos gigantes) farallón, la Torre de Góriz; que aparece como una erupción del terreno entre sus suaves laderas.

     Acercándonos a las paredes del centro del circo, el río Arazas forma una bonita cascada al bajar de la zona de Góriz: la famosa Cola de Caballo. Justo casi encima de ésta una vertiginosa y empinada senda excavada en las paredes del circo; una cadena ayuda a superar este vertical paso: Son las Clavijas de Soaso. Sin miedo y con el mochilón superamos este entretenido y fatigoso paso, y ya desde arriba de una de las paredes se nos abre el fabuloso Valle de Ordesa, bello, bonito, hermoso y espectacular. Un paisaje como pocos en los Pirineos o en cualquier otra cordillera europea.

 

Cano bajando por las Clavijas de Soaso



     Ahora nos dirigimos al Refugio Delgado Úbeda o de Góriz, base para subir los más altos tresmiles del macizo: Cilindro de Marboré, Monte Perdido, Soum de Ramond… Nuestro objetivo sería el Monte Perdido. Antes de llegar vemos a un numeroso grupo de gente que baja al valle desde el refugio. La noche fue fría, nevó en Góriz y la gente llevaba la ropa, material de verano y no estaban preparados para ese frío.

     Llegamos al refugio y nos acomodamos en él. Es un refugio cómodo y acogedor si no vas en los meses centrales del verano que se abarrota de gente y es agobiante, incluso con el mismo número de gente acampada en los alrededores. Por la tarde la nieve se derretía por el calor de un sol intermitente cuando se asomaba entre las nubes.

 

Terrés, Paco y Jesús delante del Circo de Soaso



     Ilusionados con subir al otro día Monte Perdido, la tercera montaña más alta de los Pirineos y una de las más famosas y emblemáticas de los mismos, pasamos el día entre risas y juegos. Al otro día el mal tiempo rodea Góriz y todo el macizo, llovizna y no parece que vaya a despejarse en todo el día. Esperamos sin saber que hacer. El guarda comenta: “Esto va a estar así todo el día, ya se ha acabado el verano”. Hablamos entre nosotros. No nos atrevemos a subir con tan mal tiempo ¿para qué? y lo más seguro sería que a mitad de subida tendríamos que darnos la vuelta. Está descartado Monte Perdido ¿Qué hacemos? Decidimos volvernos y visitar otra parte de los Pirineos, Panticosa en el Valle de Tena, en los alrededores de los Picos del Infierno.

 

Gradas de Soaso



     Hacemos las mochilas, nos ponemos los chubasqueros, nos despedimos de Góriz y bajamos desandando el camino realizado ayer. Bajamos por las Clavijas de Soaso inmersos en una espesa niebla que hace más enigmático y emocionante el paso. Ya, bajo el Circo de Soaso y ya en la planicie herbosa de repente como si un gigante soplara a las nubes, se despeja y el cielo azul y claro aparece entre nosotros sin una tímida nube. De nuevo el “espíritu” de los Pirineos Nos hace una jugarreta mostrándonos lo que hubiéramos conquistado esa mañana, el espléndido Monte Perdido. Ya no queremos subir, hemos decidido bajar y ya es demasiado tarde para volver y subir Monte Perdido; aunque el día se ha quedado radiante e increíblemente despejado.

     Ahora de día y con luz, recorremos el Valle de Ordesa fijándonos en los sitios y lugares que la noche no nos dejó ver. Así disfrutamos de las “cascaditas” y escalones que hace el río Arazas en Gradas de Soaso, el frondoso bosque de hayas y las fajas y paredes que rodean el boscoso y verde valle. Una muestra de ello es el famoso y encantador Circo de Cotatuero con su gran cascada en el centro. Es un paisaje que yo no llamaría alpino, sino más bien, pirenaico, propio y original de esta espléndida cordillera. En ningún otro sitio de España, Europa e incluso del mundo hay un valle y unos lugares como éstos; y su buena conservación y futuro será algo que nosotros deberemos y debemos preservar de ataques, especulaciones y actividades que puedan herir, degradar este lugar y estas montañas tan bellas y únicas. Hay que recordar que “no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos”; debemos conocer, disfrutar y respetar este valle para concienciarnos de lo que tenemos, de la joya que, sin saberlo, tenemos en el centro de los Pirineos.

Diciembre de 1.996

     Dos años más tarde, en diciembre del noventa y seis, vuelvo al Valle de Ordesa, esta vez en invierno y con el Monte Perdido como objetivo. Jesús López, José Manuel “Henry”, Fran de Albatera, José Vicente “Monín” y Juan Martínez “Tripilla” eran mis compañeros esta vez.

     Al contrarío que en verano, en invierno no hay un alma en este, ahora, frío valle. El tiempo, de nuevo, no acompaña, estará nublado todo el puente y no sabremos si despejará algún día o nos dará la oportunidad de subir Monte Perdido. Nos ponemos el “traje” de invierno y empezamos la subida normal hacía Góriz valle arriba.

 

Bosque de Ordesa



     Ordesa en invierno es diferente, una fría y desoladora belleza, blanca y gris de la nieve y de las nubes. Toda la magia, hermosura y espectacularidad del valle en verano se viste ahora de blanco y cambia sus tonos de colores pero sigue siendo igual de bello y hermoso con un aspecto diferente. Si acaso le da aún más un toque enigmático y misterioso. Te da la impresión de estar en un valle desconocido pero grandioso y de una belleza que te envuelve, y te preguntas y asombras el por que la gente no viene a verlo y deleitarse con sus hermosos bosques blanqueados y sus paredes y peñascos marrones oscuros alegrados por esa abundante, blanca nieve del invierno… desde luego son paisajes y vistas solo para algunos privilegiados que no les importa soportar y sufrir los rigores del frío invierno.

 

Camino de Soaso



     Camino arriba la nieve empezaba a llegarnos hasta la mitad de las pantorrillas, más arriba del tobillo. Mirábamos hacia atrás y el valle se abría espléndido con ese toque blanco de la nieve que hace única a cualquier montaña y la hace más bella. Allá arriba la Punta Gallinero la ilumina algunos fugaces rayos de sol, y sus paredes rojizas y blancas de nieve adquieren una luminosidad y belleza sublime. Más allá, el Tozal del Mallo, nos muestra su oscura pared triangular casi limpia de nieve y vertical, muy vertical, también de una belleza inmaculada por la nieve que le rodea por sus laderas y en su bosque a sus pies, bellísimo. Es como si el valle se blanqueara con una capa que lo llena todo y lo decora y embellece de forma especial como la blancura del traje de novia que resalta más aún la hermosura de la mujer que se va a casar.

     Más arriba de Gradas de Soaso y cerca de su circo, la planicie aparece fría, desoladora y un blanco dañino, continuo, te ciega los ojos si no los proteges con las gafas de sol. Atrás quedan los bosques grises, blancos y oscuros de Ordesa, y en sus fajas y paredes la nieve dibuja líneas, resaltes, pasillos y cornisas vertiginosas imposibles de capturar con el pincel de un pintor.

 

Al fondo el Tozal del Mallo

Arriba la Punta Gallinero



     Ya en las Clavijas la nieve facilita el acceso a las mismas y hace de barandilla, colchón y sofá en este camino de laderas tan empinadas. De repente a Fran se le cae una mochila que lleva de la mano y esta va cayendo y rodando toda la ladera hasta casi el río desde las paredes de las Clavijas. No la llevaba cogida a la mochila de la espalda si no suelta en la mano, y en este paso se requieren las dos manos y los dos pies para cruzarlo. Un negativo para Fran. Por suerte otro montañero que empezaba la subida la recogió andando por la fatigosa nieve virgen, ya que tenía que salirse del sendero surcado en la nieve, y nos la devolvió. Aquí la nieve ya nos llegaba por encima de la rodilla. De vez en cuando algunos rallos de sol iluminaban esta parte de la subida, pero eran falsas esperanzas de una mejoría que nunca llegó. Abajo quedaba la Cola de Caballo, ahora nevada y blanquecina por la espuma del agua y por la nieve que la rodeaba.

     Ya arriba de la pared del circo y de las Clavijas, miramos atrás el valle que dejamos, blanco e inhóspito, frío y hermoso bajo el fantasma de un sol que se entrevé en las nubes altas y grises. Como la primera vez, me asombro de su belleza tintada ahora de blanco con esa bruma también blanquecina que se metía entre el bosque y los fondos oscuros del valle.

 

Llegando al Circo de Soaso



     Oscurecía dentro de la propia oscuridad del mal tiempo en el que estábamos inmersos. No había huella hecha en la nieve hasta Góriz y uno de los guardas salió para indicarnos la subida de invierno hasta el refugio, supongo que más cómoda y con menos nieve, ya que ahora la nieve nos llegaba hasta la cintura, incluso más arriba. La marcha se relentizó y los montañeros rezagados se unieron a una cola de unos treinta a cuarenta personas que subíamos a Góriz. Los primeros eran los que abrían huella en la abundante y blandísima nieve, pero dar dos pasos se hacía increíblemente fatigoso y desesperante. El cansancio era extremo en este intento de abrir huella en tan malas condiciones de nieve; de forma que nos turnábamos para abrir huella. El primero al cansarse se quedaba en un lado descansando hasta que el final de la cola llegaba y se incorporaba al final de la misma como el último. El segundo seguía abriendo huella hasta que se cansaba y hacía lo mismo que el primero. Así, hasta que por fin, ya casi de noche, llegamos al Refugio de Góriz. Solo esa última parte fue la más cansada y extenuante en toda la marcha. Fue lo que nos destrozó física y anímicamente, aunque yo al otro día me levanté bien.

 

Subiendo a las Clavijas de Soaso



     Al llegar al refugio la comodidad y servicios del mismo nos pareció un lujo en este desierto blanco. Un montañero aragonés la emprendió con otro que llevaba un gorro hongo de lana por que se había escaqueado de la fila y no había abierto huella cuando le tocaba. La regañina y la discusión fué hasta casi graciosa por la forma en como la llevaban. El aragonés la emprendía a gritos y palabras necias con su acento “maño” y el otro (creo que era madrileño) al principio no le hacía caso, pero luego intentaba, vanamente, contestarle y contradecirle. No llegó la sangre al río.

     Ya metidos en nuestros calentitos sacos en las literas corridas de una de las habitaciones del refugio, saqué de mi cartera un pañuelo de papel con el perfume que Sandra usaba. Anouk. Inspiré y me empapé con su agradable recuerdo y su fresca fragancia que hizo que brotara una cálida sonrisa y una romántica nostalgia. Hacía pocos meses que salía con Sandra Ferrández y ella comprendía, entendía y respetaba mi pasión por la montaña; a la vez que intentaba acompañarme en las salidas por Alicante. Era compaginar dos pasiones, dos amores, y en aquel momento la combinación fue armónica y muy placentera. Nunca podré olvidar las sensaciones y sentimientos que surgieron en aquel valle nevado…

 

Ocultas por la nieve las Clavijas de Soaso



     Al otro día nos levantamos y el tiempo seguía igual de malo, no nevaba pero estaba totalmente cubierto, y a partir de unos tres mil metros o antes la ventisca podría ser inevitable. José Manuel y Jesús se levantaron mal descansados y sin ánimo; decidieron bajarse a la cabaña de pastores bajo el Circo de Soaso con Juan que se unió a ellos. “Monin”, Fran y yo decidimos quedarnos otra noche en el solitario y vacío refugio (que gran diferencia al verano). Los tres decidimos hacer una marcha por los alrededores y acercarnos a Monte Perdido, y quien sabe, a lo mejor subirlo. Subimos algo, la nieve estaba muy blanda y era muy abundante, se hacía, en ocasiones, imposible caminar. La marcha se acortó enseguida. Abajo en el fondo veíamos el impresionante cañón del Valle de Ordesa perfecto, como hecho adrede, hermoso y sorprendente aún en la lejanía. Por un momento vimos a tres personas subir la Punta Custodia, un pico de dos mil quinientos metros en uno de los extremos este del Valle de Ordesa; luego nos enteramos que eran el anteriormente nombrado montañero aragonés, su hijo y un amigo.

     A mitad de la tarde ya estábamos en el refugio y al poco rato llegaron este grupo de aragoneses. Entablamos amistad y conversaciones con ellos y con el guarda del refugio. Grandes conversaciones entre personas con algo muy grande y apasionante en común: la montaña.

 

Valle de Ordesa nevado



      Viendo que no podíamos hacer nada decidimos unirnos a los aragoneses que se disponían a bajar hasta Torla por todo el nevado Valle de Ordesa. Nosotros nos quedaríamos en la cabaña de pastores junto con nuestros compañeros que ya estarían allí acampados. Ya era tarde cuando salimos de Góriz. Más abajo dejamos el refugio entre la oscuridad de un atardecer invisible y el afán de la blanca nieve de seguir iluminando la montaña sin conseguir perdurar en su intento. Daba lugar a una visión misteriosa, lejana en tiempo y espacio, enigmática y casi tenebrosa, como aquel hotel perdido en la solitaria montaña rodeada de nieve en la película “El Resplandor”. Hacía abajo, la tierra se abría desde una pequeña grieta hasta transformarse en un gran cañón que era el Valle de Ordesa, y que nos iba a engullir sin remedio y sin saber que nos depararía en el fondo de este temible valle; al menos esa era la impresión que daba en ese momento con la oscuridad del anochecer invernal.

     Enseguida llegamos a la cabaña de pastores cerca del inicio del bosque de Ordesa; allí pretendíamos quedarnos y hacer noche, pero “Henry”, que ya tenía montada la tienda, decía que estaba malo, que tenía mucho, mucho frío y que lo pasaría muy mal esa noche si se quedaba allí. Nos increpaba, sin sentido, por habernos bajado cuando habíamos decidido quedarnos en el refugio. Si al final a él le vino bien que bajáramos por que así desmontaron y los seis emprendimos la marcha valle abajo hasta el aparcamiento junto con los aragoneses. Ya era de noche, encendimos las linternas frontales y nos adentramos en la oscuridad del bosque de Ordesa. Una marcha nocturna siempre es emocionante en la montaña, la noche le da otra vida, otro aspecto, otra realidad a la montaña… es otro mundo; pero si lo haces en el Valle de Ordesa, nevado, sin nadie más que el susurro del río Arazas, los ruidos de la noche en el bosque y tus pisadas y las de tus compañeros… Inmersos en el bosque el aragonés dijo que todos apagáramos las linternas y que la blancura de la nieve en el suelo serviría para iluminarnos en el descenso. Nos sentimos como esos animales nocturnos que encienden su mirada al acecho de sus futuras presas. En ese momento me sentí como parte del bosque, de la naturaleza que me rodeaba. Me sentí enaltecido; muy bien, mi espíritu se alegraba y se hermanaba con la madre naturaleza. Me sentí como un animal salvaje recorriendo su territorio, y con ánimo y energía suficiente para enfrentase a cualquier otro que se interpusiera en su camino. Me sentí grande, fuerte, lleno de vida. Me sentí más hombre y más vivo que cualquiera de los humanos que habitan en lo que ellos llaman civilización, ciudad, mundo urbano artificial y demagogo.

 

mapa de la ruta



     Algunas veces me he sentido así de bien conmigo mismo, con mi espíritu y con mi mente. Es como la transformación del hombre en lobo, pero para convertirte en un ser superior en todos los sentidos y sin maldad, todo fuerza… Pero solamente he tenido estas sensaciones en la montaña… ¿de verdad tendrá magia la montaña?




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